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La llegada del Papa Francisco a Colombia trae sin duda, un mensaje que el pueblo colombiano necesita. Por varios días, además, dejaron los colombianos de levantarse a leer el escándalo del momento cuya gravedad superará la del día anterior. Por un lado, conociendo la trayectoria del Papa, era de esperarse que su mensaje cayera como anillo al dedo en medio de esta guerra de palabras en que estamos enredados; además, cada momento de su estadía en nuestro país ha estado lleno, no solo de ideas de reconciliación y paz, sino de actos realizados por él, en los cuales se mostró esa alma llena de afecto, de tolerancia y de amor, que el Papa Francisco va dejando ver a su paso.
Le ha dicho a Colombia algo que hemos dejado de escuchar y también de vivir: que nuestra vida no puede estar llena de sentimientos negativos, de rechazo a todo lo que nos diferencia, de intolerancia y de irrespeto por los demás. En medio no solo de la confrontación armada y después de la polarización alrededor de la paz que hemos vivido últimamente, hemos perdido muchos de esos sentimientos nobles que nos habían hecho una sociedad amable. Por el contrario, Colombia respira agresividad y ya nos estamos acostumbrando a ella de manera tal, que, si nada cambia, vamos camino a aceptarla como normal, como parte de nuestro diario vivir.
Varios días siguiendo al Papa Francisco, escuchando sus mensajes y sobre todo observando la reacción de los millones de ciudadanos que lo han acompañado en varias ciudades del país, tiene que cambiar este clima de polarización que hemos tenido que soportar por meses. Cambiar de foco para mirar nuestra realidad y a nuestros compatriotas podría ser el gran éxito de la visita papal.
Pero además, un Papa como el actual, puede poner a pensar a muchos miembros tanto de la Iglesia Católica como de otras iglesias, que la humildad, la capacidad de ajustarse a nuevas realidades de la sociedad de hoy, es algo que puede cambiar significativamente el tono y los sentimientos de un país que tienen amplios sectores marginados, desprotegidos y juzgados por otro grupo que se siente dueño de la verdad. Para muchos individuos creyentes, resulta a veces muy difícil entender la forma cómo se juzga a estas personas, a la mujer, a la población LGBTI e inclusive a aquellos cuyas vidas siguen patrones distintos a los señalados por los diferentes credos. Una forma de solidaridad distinta quedará en el ambiente y debería contagiar, en el buen sentido de la palabra, a todo el país.
Ha sido entonces un privilegio para Colombia, hacer una pausa y escuchar al Sumo Pontífice, que además nos conoce muy bien por ser latinoamericano. Con seguridad ha hecho relucir nuestras virtudes, así nos queden pocas, pero también en su estilo afectuoso, nos ha mostrado la terrible inconsistencia en que vivimos los colombianos, para los cuales la posibilidad real de llegar a tener paz, lejos de unirnos nos ha separado de manera agresiva y poco constructiva. En síntesis, tal vez no ha podido ser más oportuna la visita a Colombia de una autoridad como el Papa que, con su estilo de Padre de la Iglesia Católica, nos ha hecho sentir el pecado de no reconciliarnos como ha debido ser lo obvio.
Esa oposición política tan recalcitrante que tenemos y que además se declara religiosa, será observada cuidadosamente con la esperanza de que muestre coherencia y acepte los llamados directos o sutiles que nos ha enviado el Papa Francisco. Así, es posible si esto sucede, que después de su visita empiece realmente la coordinación entre todos los colombianos para construir el posconflicto. Para que Colombia sea un país mejor para nosotros y nuestros descendientes.
*ExMinistra de Estado