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La emblemática basílica de la Sagrada Familia cerró sus puertas y el teatro del Liceo suspendió su función del día. La fábrica de automóviles SEAT, en las afueras de la ciudad, paró su producción.
Unos turistas cenan apaciblemente en una terraza del centro de Barcelona cuando el pánico se apodera de ellos. A escasos metros, un grupo de radicales prende fuego a unos contenedores en una noche de caos en esta ciudad.
En la quinta noche de protestas, la violencia escaló a un nivel inusitado: resguardados en barricadas, miles de manifestantes acorralaron durante horas a los policías que emplearon balas de goma, gases lacrimógenos y una tanqueta de agua.
Cuando los dispersan, el caos se expande por todo el centro de la ciudad, con un olor a humo que dificulta el respirar. Sirenas de policía y disparos resuenan por sus amplias calles entre carreras de agentes persiguiendo a manifestantes.
Uno corre con un adoquín en la mano, otro con una botella de cerveza. El tercero lleva una plancha de madera que acabará lanzada contra los camiones de policía.
«Nos defendemos de ellos, los problemas empiezan cuando llega la policía», grita un joven con la cara enmascarada a una periodista.
Es la cuarta noche de incidentes violentos en Barcelona después de la condena contra los dirigentes independentistas catalanes por el intento de secesión de 2017 que encendió a los sectores más radicales de este movimiento mayoritariamente pacífico.
BARCELONA AFP