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Tengo una vieja bronca con los relojes despertadores, mis enemigos íntimos. Me interrumpieron muchos sueños eróticos con mi amor platónico de turno y es hora de pasarles cuenta de cobro.
Más de una vez estaba a punto de cortarle oreja, rabo y pata en mi sueño a Brigitte Bardot, una de las integrantes de mi harén de sueños, y los infames relojes se dejaban venir con su desapacible big band para recordarme que debía “meterme entre los calzones” y alistarme para coger el corte laboral.
Algunas veces lograba dormirme de nuevo para retomar el sueño donde lo había dejado, pero terminaba soñando con un camión por debajo. O con la sota de bastos. Casi me quedaba sin el pan y sin el queso: sin la Bardot y sin el puesto.
¡Pobre oficio el de los relojes despertadores ese de arruinar sueños ajenos¡ Claro, como jamás sacan un segundo para dormir. Ni para amar. No pueden hacer el amor con la hora que ya pasó ni con el minuto que llega.
Adonde voy en busca de posada, pregunto antes si hay un reloj despertador diez cuadras a la redonda. Por una extraña alquimia suelo oír despertadores que no son para mí.
Solo cuando no hay peligro de despertadores cercanos, “accedo” a tomar posesión de mi cambuche y del colchón para despachar la ración diaria de sueño.
Que es poca. Con los años, el sueño se va retirando a un limbo onírico sin identificar, queda en consignación en una especie de nube de los sueños. (Y no voy a llenar los bolsillos de las multinacionales comprando pepas para prolongar la cita con Morfeo. No seré el morlaco mejor dormido del cementerio).
Soy amigo íntimo de despertadores con plumas, también llamados gallos. Soy gallo en el calendario chino. Conservo la foto que me regaló un gran retratero manizaleño, Joaquín Villegas, “Belmondo”, en la que un viejo carga un gallo en sus manos.
Esa foto resultó ser una selfi a futuro: ese viejo soy yo a estas alturas. Y espero no estar calumniando al colega. Ni al gallo.
Si bien los gallos son arrogantes, elegantes, despiertan con amabilidad, alegría, coquetería, permiten seguir durmiendo y retomar el sueño erótico donde quedó.
Y como no dan puntada sin dedal, en el esperanto del canto mañanero le ordenan a su harén de gallinas que se maquillen y perfumen porque habrá kamasutra en el corral.
Los gallos de mi infancia parecían copias al carbón del gallo de la pasión: “kikirikiaban” tres veces y hasta luego el amigo. (Me habría gustado pegarme al sancocho al que fue a dar el gallo que hizo quedar mal a Pedro).
Mejor me voy a dormir. Soñaré con los recientes 83 años de la Bardot y sus bien ganadas arrugas. Ante todo, fidelidad con nuestros amores platónicos.