HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Colombia: una sociedad envenenada

En los últimos 50 años Colombia no había vivido una campaña electoral presidencial tan sucia como la actual. La han calificado hasta de ´cochina´ y asquerosa para muchos. Hasta un candidato la calificó de  criminal para retratar de cuerpo entero lo que ha ocurrido en ella. Una campaña que desdibuja la esencia misma de la democracia. Que trastoca los principios éticos de la política. Una campaña en la que no se han conocido fronteras para delinquir.

Una campaña en la que ha imperado el todo se vale con tal de ganar. Hoy estamos ante los ojos del mundo, no como un país democrático, sino como una Nación donde lo poco que queda de democracia la quieren despedazar así sea con violencia o con cualquier otro medio que resulte eficaz para los intereses de quienes eso promueven.

Y todo tiene su meollo. La médula de todos los males por los que vive el pueblo colombiano pensábamos que era la corrupción, el narcotráfico, y la guerrilla o lo que queda de ella. Pero no. Hemos llegado a la convicción certera que el origen de todo es el odio. Ese sentimiento malsano que sentimos por nuestros congéneres. Ese odio visceral que a diario nos alimenta el querer tener el poder a costa de lo que sea, como fuera y al que costo que ello nos represente. Ese odio que sentimos por el adversario al que no solo queremos verlo por fuera de la contienda, sino eliminado moral, política y si fuera físicamente mucho mejor. Hasta allá ha llegado esta sociedad enferma y obsesionada. Una sociedad que a todas luces muestra evidentes signos de encontrarse en estado comatoso  y para la que sorprendentemente, no encontramos cura. Porque lo primero que debemos de curarnos es el alma. Expulsar el odio, sanar el espíritu, buscar hacer del colombiano una persona nueva, sin esos resentimientos acumulados, ni esa animadversión por el contrario, producto de las inequidades, la desigualdades, de la falta de oportunidades y de un mejor bienestar para el pueblo. Pero esa deuda social que ciertamente tiene el Estado con un amplio y mayoritariamente segmento de nuestra población no se acaba con más odio y violencia. Con más resentimiento y venganza. Con el ánimo incendiario para acabarlo todo.

Las elecciones presidenciales dentro de seis días serán tal vez las más cruciales de nuestra historia contemporánea. Por todo lo que ello conlleva a asomar al país a un Universo tan convulsionado como en el que estamos viviendo. En esta campaña lastimosamente las autoridades y órganos de control han sido unos espectadores más. Pareciera que los contrincantes les hubieran dicho, apártense que esto no es con ustedes, ni ustedes  deben meterse. No de otra manera entenderíamos la pasmosidad con la cual se han recibido y recepcionadas las denuncias sobre infiltración, espionaje, chuzadas, violación a las normas electorales, violación a comunicaciones y correspondencia, financiación ilegal, trasteo de electores, compra de jurados, y en fin, la más inverosímil de las conductas atípicas frente a las que nadie dice nada; ningún órgano rector actúa o saca la cara por esta maltrecha democracia que podría ver sucumbir sus instituciones si seguimos guardándole el puesto a la indiferencia.

Y como siempre, solo nos apegamos a la voluntad del soberano para que él sepa escoger cuando enfrente las urnas. Pero esa sola confrontación entre el elector y la urna no es suficiente. Y no lo es porque trasgreden su voluntad. La violentan y alteran para bajo la maniobra del chanchullo, hacerse a unos resultados espurios, sobre los que muy seguramente se querrá cabalgar.

El momento de la sociedad colombiana y de nuestra democracia es supremamente triste y delicado. Aquí nos quiere llevar a tomar partido a las buenas o a las malas. Aquí no basta con habernos envenenado con el odio o la ambición o también por la irracionalidad de alcanzar el poder. Aquí se abandonó el ejercicio normal de la competencia por conquistar al electoral, a conquistar otros mecanismos, pactos, acuerdos o alianzas bien sea con narcotraficantes, extraditables o políticos corruptos o lo que es igual, con el gamonal de turno que expolia el presupuesto público para acrecentar o mantener su poder. Por donde se le mire, todo está podrido. Y ni aun así despertamos. Ni tampoco quienes deben darse por enterados, lo hacen. Dejad hacer, dejad pasar. Ese es el acuerdo tácito que tenemos, porque pareciera que en lo único que estamos de acuerdo es en destruir lo que nos queda de democracia. La indiferencia y la apatía que observamos ante lo que ocurre, es la mejor evidencia de lo que hoy estamos viviendo.

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