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En los últimos años, los pinos habían crecido tanto en la colina que la familia Haniosakis ya no podía distinguir la Acrópolis desde su bello jardín sembrado de árboles frutales, cerca de Atenas.
«Y ahora está allí de nuevo porque todo se fue en humo», cuenta dolida Betty Haniosakis, de 77 años, a la AFP.
En el jardín familiar del caserío de Drosopigi, donde no quedó nada, su hija Eleni, de 45 años, apenas disimula su angustia al mirar la colina de flancos calcinados que desciende hasta la capital de Grecia, a unos 20 km.
«En efecto, de nuevo vemos la Acrópolis», suspira Eleni, que ha vuelto por unas horas a la casa.
Su mirada se pierde entre los árboles negros de perfil esquelético. Un olor a quemado emana del bosque, una semana después de que se desencadenara el fuego en la zona. El suelo aún está cubierto de ceniza gris.
– Desesperante –
«Cuando volví por primera vez (después del incendio), hubo un momento en el que ni siquiera reconocí dónde estaba», agregó Eleni, empleada de una escuela en las afueras de Atenas. «Fue desesperante».
En dos semanas, más de 100.000 hectáreas se hicieron humo en Grecia, incluyendo edificios, pinares y olivares. Una catástrofe ecológica «sin precedentes», según el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis.
Cerca de 600 incendios fueron declarados, favorecidos por temperaturas que superaron los 40º, y que los expertos atribuyen al cambio climático.
A las puertas de Atenas, el avance de las llamas obligó a cientos de personas a abandonar sus casas o empresas.
Para la familia Haniosakis, todo ocurrió en una hora y media mientras una nube de humo negro flotaba sobre su aldea de casas dispersas.
El fuego «llegó muy lentamente, no había nada de viento», recordó la madre.
– Salir de inmediato –
Pero la tarde de ese sábado de pesadilla, recibió en su teléfono móvil un mensaje de los servicios de seguridad alertando de un peligro inminente. Posteriormente, policías que patrullaban de casa en casa les pidieron estar listos para salir.
«Fue allí que entendimos que era muy serio», recordó la hija. «A la tercera visita de la policía nos dijeron: ‘tienen que salir ya'».
La madre, Betty, habría querido quedarse en aquella construcción de paredes amarillas cuyos postigos y elementos exteriores de plástico se derritieron con el calor extremo.
«Nos habríamos podido refugiar en el sótano de la casa, cerrar todas las puertas y protegernos con mantas húmedas», declaró la mujer, de origen estadounidense.
Pero Eleni Haniosakis juntó todo lo que pudo y huyó con su madre, tres perros y tres gatos. Su padre Giorgos, de 89 años y en silla de ruedas, había salido de la casa la víspera.
«Vimos que el fuego estaba muy cerca, el humo estaba muy espeso», recordó Eleni.
La familia se instaló en un campamento de vacaciones para niños administrado por la municipalidad de Atenas, que fue transformado en albergue de emergencia.
Debido a la pandemia del covid-19, ninguna colonia vacacional fue autorizada este verano boreal.
«Toda la noche (en el momento más fuerte del incendio) llegó gente aquí», dijo Giorgos Lazarikos, consejero adjunto de la alcaldía de Atenas, frente a la entrada de un pequeño pabellón con camas para los niños.
Un inmenso impulso de solidaridad con las víctimas se apoderó de Grecia. Desde Corfú hasta la isla de Eubea, la población juntó víveres, agua potable, ropa, ofreció casas de campo y habitaciones de hotel.
Betty Haniosakis se sienta en una cama del centro vacacional donde duerme desde hace una semana.
«Nosotros no sabemos cuándo podremos regresar» a la casa, se lamenta. Las autoridades hasta ahora les han prohibido volver.
Frente a la casa, su hija se muestra preocupada por el cambio climático que provoca los incendios.
«Yo creo que es el principio del fin (…) ¿Cómo vamos a respirar en el futuro?», se pregunta.
Drosopigi, Grecia | AFP |