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El maestro y su aprendiz
Por Eduardo Sirtori Tarazona
Despedida al doctor Wenceslao Mestre Castañeda. Conocí al Maestro Wenceslao en el año 2007, siendo estudiante de Derecho en la Universidad Sergio Arboleda de Santa Marta. Compañeros de semestres más avanzados alababan su sapiencia suma, pero también temían su estricto rigor.
Un día mientras el Maestro tomaba café en la sala de profesores me le acerqué para decirle que era nieto de Lucha, su prima; él me respondió que mi compromiso entonces era mayor y debía estudiar más.
Desde aquel día se aprendió mi nombre y me preguntaba constantemente en clase. Pensaba que por la parentela sería más laxo conmigo, pero fue todo lo contrario. En una ocasión pasé un gran susto porque al pedir un liquid paper a una compañera, él pensó que estaba copiando y me advirtió severamente.
Su clase era sagrada y copiarse una grave falta. Aprobé la materia con 4,0 quedándome con la sensación de no haberlo dado todo. Tuve la oportunidad de mejorar en obligaciones II cuando encontré mi vocación como abogado al escuchar sus magistrales clases de responsabilidad civil contractual y extracontractual.
Esta vez obtuve el 5 y me quedé como su monitor hasta que finalice la carrera. No pensaba que en ese momento dicha experiencia cambiaría mi vida y me haría entregarme a la academia.
Cuando conocí al Maestro acababa de jubilarse como Magistrado y se lamentaba de no poder ocupar el cargo hasta los 70 porque creía que a sus 60 y pico, apenas estaba alcanzado la serenidad que requiere decidir; cuánta modestia en alguien que contaba con vasta experiencia.
Corría el año 2010 cuando mientras intercambiábamos impresiones sobre la lectura de las aventuras de Zorba, el griego de Niko Kazantzakis. En aquel tiempo, algunas personas le decían Venerable y no entendía por qué; creí que era debido a su sabiduría hasta que le pregunté y me respondió invitándome a la Orden. Desde esa invitación dejó de ser sólo mi profesor para convertirse en mi Maestro y amigo entrañable. Estuvo presente el día de mi iniciación y pronunció un amable discurso en mi recepción en donde destacaba mis logros académicos, pero sobre todo su afecto a mí como persona.
Todos los miércoles no reuníamos en logia y después, teníamos una cita sagrada en un restaurante de la ciudad para tratar temas de la cotidianidad, y en los que, como de costumbre, me alimenté de su sapiencia natural.
En aquella época el Maestro siempre se tomaba un par de “amarillitos” mientras nos transmitía la enseñanza moral de la masonería; enseñanza que nos dejó sobre todo con su ejemplo de hombre libre y de buenas costumbres.
Recuerdo haberme sentido cobijado por su grandeza intelectual al descubrir su talante liberal con opiniones diferentes a las del común de las personas; con las recomendaciones de textos irreverentes, revolucionarios y fascinantes. Por cuenta suya me entregué a la lectura de Eco y todas sus obras; también me presentó el Derecho Comparado al explicarme la identidad de los sistemas jurídicos continentales, al tiempo que leía a Muñoz Sabaté.
Pensar diferente tiene su costo, pero el Maestro era un estoico y no en el sentido figurado. Su filosofía de vida, sus creencias y manera de ser lo ubican en esa Escuela. La virtud que más admiraba en él era la templanza; nunca lo vi iracundo, jamás lo escuché gritar, su carácter justo y sosegado siempre se traducía en acciones u omisiones equilibradas.
En una ocasión alguien le dijo que no se quién era enemigo suyo y el respondió: “para que alguien sea mi enemigo debe tener la misma altura moral e intelectual que yo y él no la tiene; me tendrá odio, pero no es mi en enemigo” muy parecido a aquello que dijo Borges: “uno termina pareciéndose a los enemigos”.
El Maestro nació en Ciénaga, al igual que yo, y eso me llenaba mucho de orgullo. En una ocasión lo llevé al aeropuerto y después seguí hacia Ciénaga a hacer un deber en la Alcaldía o en los Juzgados. Iba en el Nissan blanco que el Maestro tenía en aquel tiempo y al llegar al pueblo recordé su anécdota de cuando se lanzó al Concejo. Había votado por él mismo en una mesa y al momento del conteo le dijeron que no había obtenido ningún voto; él respondió que era imposible, ya que había votado por sí mismo en esa mesa, a lo cual el jurado repuso: “debió ser un voto mal marcado que quemamos al azar”. Me contó que desde ese entonces se retiró de la política. Eso sí, nunca abandonó el liberalismo y sabía que Rengifo y yo gozábamos cuando se ponía camisa azul.
Me contó muchas historias de Ciénaga, algunas muy íntimas y graciosa que me prohibía reproducir porque temía que la escucharan los protagonistas. Sus principales hazañas eran con su entrañable amigo el “Chichi” Caballero, cultor e insigne mamador de gallo cienaguero. Estudió Derecho en Medellín, ciudad de la que hablaba con admiración y la nostalgia de los tiempos idos.
En el año 2013 empecé estudios de Especialización en Responsabilidad Civil y me impresionó gratamente que buena parte de los temas desarrollados habían sido tocados con erudición por el Maestro en sus clases de pregrado. La simplicidad de sus explicaciones me hizo ver con facilidad una materia compleja.
No olvidaré el día que me llamó a felicitarme por dictar mi primera clase en la Escuela de Derecho. Jackeline Saravia, decana de la Escuela, le pidió referencias de mí al Maestro sin saber que nos unía un vínculo cercano. Fue el inicio de mi carrera como académico.
Tiempo después, al contarle que me iba a España me hizo una pequeña despedida en compañía de Margarita, su esposa. Hablamos por varias horas sobre diferentes temas, pero especialmente le di las gracias por haber sido tan generoso conmigo al compartir su conocimiento.
Cuando me enteraba por los amigos cercano que tenía alguna molestia en su salud, lo llamaba con cualquier pretexto para animarlo sin mencionar el asunto. Hasta el fin de sus días regentó las cátedras de obligaciones y responsabilidad médica; sus facultades mentales jamás fallaron y mantuvo lucidez y maestría siempre.
Ya en España mientras cursaba estudios de Doctorado lo llamaba con frecuencia para conocer su opinión sobre diversos temas del Derecho y siempre me atendió con paciencia, cariño y sobre todo sabiduría. Me alegraba y estremecía su rutilante intelecto que no se quedaba atrás en ninguno de los temas actuales del Derecho privado; desde wrongful conception hasta daños en las relaciones familiares.
Tuve la fortuna de “ayudarle” en su tesis de Maestría. El Maestro no necesitaba ayuda, pero quería otro par de ojos que leyeran su trabajo. En compañía de Raúl Viviescas le hicimos los ajustes metodológicos al documento que no demandaba absolutamente nada en lo temático, dado lo original del problema de investigación y su enfoque: el dolo en el matrimonio. El trabajo no ha sido publicado, pero su hijo Gilberto y yo trabajamos para que vea la luz junto con algunas semblanzas y estudios jurídicos en su homenaje.
En vida decidimos no contarle debido a que el Maestro era reacio a los homenajes y conociendo su modestia habría dicho que no era algo que valía la pena publicar; todo lo contrario, es una tesis adelantada a su época sobre un tema del que poco se ha escrito en la doctrina nacional.
Mientras estuve en España y venía de vacaciones, visitar al Maestro siempre estaba en el itinerario de la agenda. Una de las ultimas veces que nos vimos le regalé un texto sobre los problemas de delimitación de la RC en el Derecho italiano y español; me prometió que lo leería para discutirlo después.
Nuestro último encuentro presencial fue en enero de este año en Bogotá en casa de Magda, su hija. Me quedé con ganas de darle un abrazo, pero debido a los protocolos del covid-19 no fue posible. Ese día fue nuestra despedida, pero siempre quedará en mí, su ejemplo, sus enseñanzas, su templanza, gallardía y sentido del humor.
Hasta siempre Maestro. Me despido con estas letras dispersas que me sirven de consuelo y dan fe de nuestra gran amistad.