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El médico venezolano que se escabulló de la guerra y el hambre para triunfar en Colombia
• Frank Romero Maldonado es un médico venezolano que tuvo que vivir los horrores de la crisis en su país. La escasez de alimentos era el pan de cada día, por lo que tuvo que dejarlo todo para encontrar el éxito en Colombia, lejos de su tierra y su familia.
Por: David Echavez Rodríguez,
Hoy Diario del Magdalena,
para Consejo de Redacción.
Después de más de siete años de estudios y con apenas unos cuantos meses de empezar a ejercer la profesión que de niño anheló, Frank José Romero Maldonado vivió la cruel realidad de la crisis venezolana: tuvo que dejar su trabajo de médico y emprender un viaje en medio del éxodo más grande en la historia de la región. A la fecha, según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Migrantes y Refugiados de Venezuela, 7.722.579 personas se han ido del país por múltiples causas.
Con la incertidumbre de dejar una vida atrás, Frank tomó la decisión de migrar. El hambre y la necesidad fueron el impulso para vencer el temor que lo embargaba. Aunque fue difícil, ahora cree que fue la determinación más acertada de su vida. Abandonar Venezuela nunca había estado en sus planes hasta que apareció la guerra, el hambre y la escasez. Frank no tuvo más opción que irse.
Era febrero de 2014 cuando este joven médico empezó a ver turbio su destino. Hasta antes de ese momento, tenía aspiraciones de seguir creciendo profesionalmente. En un pequeño bolso depositó sus sueños para reinventarse en otros horizontes. Todo ello lo vivió en medio de una batalla interna entre el sentimiento y la razón. Sin embargo, lo hizo por su bienestar, el de su hijo y su familia.
La situación política y económica de Venezuela era complicada y eso generó un estallido social. Se desató un caos al interior del país, el bolívar se devaluó estrepitosamente y los alimentos comenzaron a escasear, la gente protestaba a diario en las calles, mientras que los ‘colectivos’, grupos civiles armados al margen de la ley que, en defensa de la llamada “revolución”, reprimían cualquier tipo de levantamiento de civil, lo que por meses cobró la vida de cientos de personas y dejó miles de heridos.
“Recuerdo que trabajaba en dos centros médicos en la ciudad de Los Teques, en el estado Miranda, cuando empezó la devaluación del dinero, no valía nada, es real que con el sueldo solo comprabas un paquete de harina. Nos tocó adaptarnos a la inseguridad, me volví muy frío y temeroso, no quería salir a la calle y cuando escuchaba una moto pensaba que me iban a matar. Salía de la casa al trabajo y viceversa, con la angustia de no saber si llegaría vivo”, recordó Frank con nostalgia aquellos tiempos en que inició la crisis.
La hiperinflación prolongada hacía que el bolívar valiera más como papel para hacer manualidades y artesanías que como moneda de una nación. Esto hizo que se desatara un ambiente hostil. Las calles pasaron de ser escenarios de la vida social a campos de batalla, con enfrentamientos entre manifestantes y los ‘colectivos’ que impedían cualquier acción de rechazo en contra de las decisiones del gobierno.
¿Entonces cómo era la vida si el dinero no alcanzaba, la comida era escasa y en la calle había una guerra?
“Nos tocaba salir con miedo, se volvió parte de nuestra rutina diaria, temía que me agarrara una guarimba [corte de vías]. Pasar hambre y ver a nuestros familiares pasarla mal era doloroso, pero aún más despedir amigos que fallecieron en esas manifestaciones e incluso hasta vivir la experiencia de por poco haber sido asesinado por uno de estos grupos. Una vez me quedé en la mitad de los disparos. Recuerdo aquella tarde haber llamado a mis padres y decirles, ‘de esta noche no voy a pasar’, mientras al fondo seguían sonando las balas”, contó en medio de lágrimas Romero Maldonado.
Después de aquel impactante suceso, de vuelta al Coro, tierra natal de sus padres, la vida continuó igual: el dinero no alcanzaba y era riesgoso salir a las calles a vivir del rebusque. Mientras pasaba hambre en su casa, en las calles seguían los estallidos, gritos y disparos en contra de la población civil. Pero una noche todo cambió: su hijo le pidió comida a Frank y la alacena estaba vacía.
“Al ver que yo no tenía nada para darle, pensé en migrar. Ahí me cambió la vida, fue un golpe durísimo. Tomé la decisión esa misma noche, lloré, me sentí triste y, sin despedirme de muchos, cogí mis cosas y salí por la mañana, muy temprano, rumbo a Colombia. Justo allí inició la travesía”, dice Frank con tristeza al recordar ese difícil momento. En Venezuela la gente vendía todo para viajar, sin miedo a nada, pese a no haber tenido nunca la experiencia previa de salir del país. Para Colombia también fue un proceso drástico e inesperado pues no había políticas migratorias claras y de un momento a otro se convirtió en el país que más migrantes venezolanos recibió, tanto regulares que sellaban el pasaporte en Migración, como irregulares que se sometían a cualquier cantidad de abusos caminando por las trochas de la frontera. A la fecha, según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Migrantes y Refugiados de Venezuela, hay 2,875,743 venezolanos en Colombia.
Los puentes internacionales y los pasos informales fronterizos que conectan a Venezuela y Colombia son territorios en disputa entre grupos armados. La pugna es por el control de actividades ilícitas como el contrabando, el narcotráfico, el tráfico de migrantes y la extorsión a transportadores.
Frank salió desde Zulia, estado fronterizo de Maracaibo que conecta con Maicao, en La Guajira. Recuerda aún las traumáticas imágenes que, asegura, nunca olvidará. Por su mente pasan todas las atrocidades y vulneraciones cometidas en contra de muchos de sus compatriotas, por parte de los guajiros que exigían dinero para pasar los retenes ilegales. Aquellos que no accedían eran abusados o agredidos sexualmente a cambio de poder seguir.
“Explotaron a miles de personas, algunas las violaron e incluso otras fueron asesinadas, todo por no pagar las vacunas para pasar. Por fortuna yo vendí algunas cosas antes de irme y con eso pude pagar los retenes. Sin embargo, en el último me quedé sin dinero y me tocó entregar mis zapatos o si no iba a ser llevado a un caserío para ser violado por dos hombres, fue uno de los momentos donde más miedo sentí”, recordó Frank, aún afligido por lo que vivió.
Después de todas las situaciones que le tocó vivir por varios días, expuesto al frío y al hambre, agotado, casi sin fuerzas, llegó a Santa Marta. Allá se encontró con una prima que hacía un tiempo estaba radicada en Colombia. Ella le dio un techo para empezar la batalla que significa comenzar de cero.
“Fue algo fuerte: el adaptarte a una nueva vida, nueva cultura, nuevas personas, por un tiempo te acostumbras a la pobreza extrema, al hambre y volver a la abundancia es extraño. Iba a un supermercado a comprar y sentía mucha nostalgia y ganas de llorar, por mi país, por mis hermanos y mi familia, sentía que era privilegiado, pensaba en que yo iba a comer y no sabía si ellos lo harían, si estaban pasando hambre y necesidades”, recuerda Frank, con voz quebrada, sus inicios en Santa Marta.
Solo unos días pasaron y Frank no perdió tiempo: apenas se organizó, empezó a buscar trabajo en las principales plazas comerciales, en restaurantes, bares. Pese a que duró más de una semana recorriendo una ciudad entera a cambio de una oportunidad laboral, los resultados fueron negativos. Entonces comenzó la frustración y la depresión. En un abrir y cerrar de ojos había pasado de ser un médico con futuro y proyección, a un total desconocido en un país donde sus estudios no tenían validez.
Sin saber a qué se enfrentaría y aún en medio de la tristeza, tuvo que reponerse y continuar batallando. Cargaba con el peso de ser la esperanza de sus padres que continuaban viviendo un suplicio en el país vecino. El médico estaba dispuesto a quitarse la bata para afrontar cualquier labor donde pudiera ganarse la vida.
“Llegué una noche y al siguiente día salí a buscar trabajo, en todos los puntos de la ciudad, en lo que fuera, no tenía de dónde escoger, le dije a mi prima: ‘si en una semana no consigo trabajo, me pongo a vender tinto’. Yo era la esperanza de mis padres”, agregó al relato sobre sus primeros días en Colombia. Durante una noche luchó con su ego y recordó todo lo que fue su vida profesional en Venezuela y se cuestionó con amargura la realidad que ahora estaba viviendo. Justo cuando ya se preparaba para salir decidido con sus termos a la calle, apareció una propuesta que calmó sus demonios y luchas internas.
“Un conocido de una amiga estaba buscando alguien para atender una droguería en Gaira, entonces desde ese día empecé a trabajar y todo fue empezar a sumar y sumar, creo que soy un afortunado. Dios nunca me ha abandonado, empecé a atender pacientes como médico particular, la gente empezó a conocerme y la gente llegaba a las consultas”, recordó con emoción Frank. Fue su primer trabajo en Colombia.
Pese a que se desempeñaba como farmaceuta, gracias a su profesión ganó muchos pacientes. Sin embargo, cuando todo parecía marchar bien, una crisis económica en la empresa echó por la borda los avances de Frank en su proceso de integración en Colombia: “Nos despidieron de la droguería, me quedé sin nada y estuve quieto por tres semanas, mi prima me dejó a cargo con las niñas y el desespero por conseguir algo era horrible, ya que no tenía para enviar plata a mis padres”, comentó.
Luego de unos días, Frank tuvo que salir de casa de su prima en medio de la angustia por no encontrar estabilidad laboral. Días después, un nuevo ángel apareció en su camino para brindarle su ayuda. Un médico le ofreció un espacio para trabajar y desde ese momento pudo ayudar y servir de manera particular a muchos pacientes que aún depositan en él la confianza cuando se presentan emergencias médicas.
“Después de dos años de lucha y esfuerzo, miro hacia atrás y siento que mi mente en ese momento ganó la batalla, me había convertido en una persona capaz, valiente, luché por seguir mis sueños, por desarrollar mi profesión en un país diferente al mío y así poder seguir ayudando a mi familia”, dijo Frank emocionado al recordar los difíciles momentos que atravesó.
Al preguntarle cómo imagina su vida si la guerra y la crisis en Venezuela no hubiesen existido, dice que probablemente hoy sería uno de los mejores médicos de su ciudad, con las mejores especializaciones y con una situación económica envidiable, fruto de su esfuerzo y años de trabajo.
Sin embargo, pese a los golpes del destino y de la vida, Frank no reniega. Hoy tiene una mirada noble y una sonrisa esperanzadora, cree que a su vida le hacen falta momentos más agradables, dice amar a Colombia como si fuese su país y nunca imaginó que la vida lo cruzaría por estas tierras y mucho menos lejos de la gente con la que un día creció y se crió.
“Acá me abrieron las puertas muchas personas, me dieron la oportunidad de reivindicar la imagen venezolana, porque acá estaba muy dañada. Colombia se convirtió en mi segunda patria. Antes le tenía miedo a Colombia porque decían que era violento, le tenía pánico. A pesar de las dificultades, hoy lo amo como si fuese Venezuela y cada cosa buena que le pasa a este país me hace feliz”, dice el médico venezolano.
A sus 32 años, Frank José Romero Maldonado sigue soñando. Está convencido de que los obstáculos de la vida no le impedirán conseguir lo que sabe bien que merece. Cree que las debilidades se vuelven oportunidades, pues nunca imaginó una vida en Colombia, ni tener su propio consultorio como hoy lo tiene después de tanto esfuerzo y sufrimiento. Su próximo rumbo será Medellín, donde pronto abrirá un consultorio junto a otros médicos, además de iniciar su especialización en medicina estética. Espera algún día prepararse como coach para inspirar a miles de personas.
Este trabajo periodístico fue elaborado en el marco de ‘Periodismo en movimiento. Laboratorio de creación de historias sobre migración venezolana en Colombia’, iniciativa de Consejo de Redacción y el Proyecto Integra de USAID, en alianza con Hoy Diario del Magdalena. Su contenido es responsabilidad de sus autores y no refleja necesariamente la opinión de USAID o el Gobierno de los Estados Unidos.