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Llegó Francisco entre la prevención de muchos por motivos dobles: uno, su relación con Cuba y Venezuela. En la isla se reunió con los tiranos y les llevó regalos. No lo hizo con los disidentes aunque le pidieron audiencia. “Estuvo bien claro que yo no iba a dar audiencias”, dijo el papa. En Venezuela facilitó un diálogo entre el gobierno y la oposición que fracasó y luego sus declaraciones causaron críticas entre quienes luchan contra Maduro al afirmar que la oposición estaba dividida. En agosto el papa “[pide que] se eviten o se suspendan las iniciativas en curso, como la nueva Constituyente” y dirige “un apremiante llamamiento para que sea evitada toda forma de violencia; invitando, en particular, a las fuerzas de seguridad a abstenerse del uso excesivo y desproporcionado de la fuerza”.
En Colombia, otra causa de desconfianza fue su posición sobre el plebiscito; tomó partido dos días antes de que votáramos. Afirmó que “(…) tengo que decir que Santos está arriesgando todo por la paz, pero veo también otra parte que está arriesgando todo para continuar la guerra” y remató así: “prometo que cuando este acuerdo sea blindado por el plebiscito, yo iré para enseñar la paz”. Su Santidad mordió el anzuelo envenenado de la división santista entre amigos y enemigos de la paz. Aun con tal empujón, ganó el No.
Ahora Francisco llegó. El plebiscito le hizo cuidar mucho su mensaje y evita que pueda leerse desde una óptica política.
“Vengo aquí con respeto y con una conciencia clara de estar, como Moisés, pisando un terreno sagrado”, dijo en Villavicencio.
“Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que vio y sufrió la masacre de decenas de personas refugiadas en su iglesia. (…) contemplamos no solo lo que ocurrió aquel día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas y tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. (…) Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia”.
El perdón es decisión personal de cada víctima. Olvidar solo nos llevará a repetir la tragedia. Reconciliarse es imposible sin justicia. Y la paz futura exige rescatar la democracia y la institucionalidad republicana, luchar contra el narcotráfico y los violentos, y corregir el perverso y tácito mensaje del pacto con las Farc de que ser bandido paga.
*Abogado