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El control de la violencia y erradicación de la delincuencia son retos permanentes que enfrenta el Estado. Éstos requieren una acción coordinada y efectiva ante la creciente sofisticación de los delincuentes y la violencia que generan. De igual forma exigen que el Estado mantenga una presencia integral en todas sus dimensiones, no solo en el ámbito de fuerza, sino también en el social.
Para lograr este objetivo es indispensable un enfoque que combine justicia, seguridad y disciplina; la presencia gubernamental no puede limitarse a una intervención reactiva, debe ser proactiva y omnipresente en cada rincón del país. Esto implica un compromiso serio en la provisión de servicios sociales, educativos y económicos que atiendan las necesidades fundamentales de los ciudadanos, evitando que la exclusión y pobreza sean el caldo de cultivo para la delincuencia. Un Estado que se preocupa por su gente, brindándole oportunidades y acceso a servicios esenciales, crea una barrera formidable contra la propagación del delito.
No obstante, la dimensión social, aunque crucial, no es suficiente por sí sola. La fuerza pública juega un papel esencial en la seguridad ciudadana ya que es el brazo armado del Estado encargado de mantener el orden y proteger a la sociedad de aquellos que buscan perturbar la paz.
La presencia constante de la fuerza pública, visible y efectiva disuade a los criminales y genera confianza en la población. Por ello, no podemos subestimar la importancia de un cuerpo policial bien entrenado, bien equipado y con el respaldo pleno del gobierno para cumplir su deber.
La justicia, por su parte, es el tercer pilar de este triunvirato que conforma el orden, la seguridad y la disciplina. Sin una justicia efectiva, la impunidad se convierte en la norma, y la confianza en el régimen se derrumba. Por ello es vital que el sistema judicial funcione con celeridad y equidad, asegurando que quienes cometan delitos sean procesados y castigados conforme a la ley. Un sistema judicial robusto no solo castiga, sino que también actúa como un disuasor para futuros delincuentes. La certeza de que habrá consecuencias para los actos ilícitos es un factor clave en la prevención del crimen.
El orden es la base sobre la cual se construye una sociedad pacífica y próspera. La fuerza pública, al garantizar la seguridad, permite que los ciudadanos vivan y trabajen sin temor; el cuidado y la disciplina, promovidos tanto por el Estado como por la sociedad civil, aseguran que los valores de convivencia, respeto y responsabilidad sean la norma.
Enfrentar la violencia y la delincuencia requiere un enfoque integral que combine estos tres elementos: un Estado comprometido con el bienestar social, una fuerza pública eficiente y una justicia implacable contra el crimen. Solo así podremos construir una sociedad donde la seguridad sea un derecho garantizado para los ciudadanos, y la violencia como la delincuencia no tengan cabida.
*Exdirector de la Policía Nacional.