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Los últimos datos de empleo y actividad industrial, así como el pobre rendimiento de varias multinacionales tecnológicas, parecen vaticinar una recesión en los Estados Unidos. Probablemente será relativamente leve, pero de alto impacto geopolítico, considerando las elecciones presidenciales de noviembre. Lo innegable es que, desde un punto de vista estrictamente macroeconómico, la Reserva Federal (Fed) de Jerome Powell está tomando decisiones difíciles pero sensatas, corrigiendo los pecados monetarios de los últimos veinte años.
La tarea central de la política monetaria es fijar una tasa de interés – efectivamente, el precio del dinero- que permita el sano desarrollo de una economía. Si las tasas de interés son demasiado altas, el dinero será escaso, obstaculizando las inversiones que hacen crecer una economía y limitando el consumo que la estimula. Si estas son demasiado bajas, el dinero será excesivamente abundante, facilitando la especulación y el derroche a expensas del ahorro.
La regla de Taylor, concebida en 1992 por el economista neoyorquino John Taylor, es una fórmula matemática que determina la tasa de interés que debería fijar un banco central, tomando en cuenta una serie de variables. Entre 1992 y 2003, las tasas de interés fijadas por la Fed generalmente correspondían a las recomendadas por la regla de Taylor. La diferencia promedio entre la tasa real y la de Taylor era de 0,48 puntos porcentuales. Por lo contrario, entre 2004 y 2019, especialmente después de la crisis financiera del 2008, se fijaron tasas de interés sistemáticamente por debajo de las de Taylor, con una diferencia promedio de -1,72 puntos porcentuales. Como afirmó en marzo de 2008 el presidente Iván Duque Márquez, entonces consejero principal de Colombia en el Banco Interamericano de Desarrollo, “la Fed no (parecía) ser el mejor ejemplo” para los bancos centrales del mundo.
Esta política de dinero barato redujo los incentivos para invertir eficientemente y con vocación de largo plazo, prolongando así los efectos negativos de la recesión del 2008. Entre 1992 y 2004, la productividad total de los factores en Estados Unidos – es decir, la capacidad del país de generar más valor con los mismos recursos- incrementó en un 11,6%. Este crecimiento se redujo a 3,1% entre 2004 y 2016, producto, al menos en parte, de que el país había abandonado su sano apego a la regla de Taylor.
La recuperación de la recesión del 2008 fue consistente pero letárgica, impulsada en gran parte por reducciones en los precios globales del petróleo e incrementos en la mano de obra debido a la inmigración acelerada, factores que permitieron cierto crecimiento a pesar del estancamiento productivo del país.
Luego de la recesión de 2020, ocasionada por el covid-19, la Fed mantuvo tasas de interés bajísimas, intentando replicar la estrategia fallida del 2008 a pesar de las crecientes presiones inflacionarias y el crecimiento robusto de la post-pandemia. La diferencia promedio entre la tasa real y la de Taylor alcanzó -7,8 puntos en 2021 y -9,9 puntos en 2022. En parte por eso, la inflación alcanzó niveles del 8% en el año 2022, por primera vez en Estados Unidos desde 1981.
En el último año y medio, la Fed ha regresado a su histórico apego a la regla de Taylor. Ya se vislumbran datos prometedores en materia de inflación, pero para una economía adicta al dinero barato, ahora puede venir lo más difícil. Esperemos que el presidente Powell se mantenga en el rumbo correcto, porque el mundo entero se beneficiaría de una economía estadounidense más productiva y sostenible.
*Analista