HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Potencia, pero en mitomanía

De las patologías mentales que expertos en psiquiatría han detectado en no pocos mandatarios se encuentran los trastornos narcisistas de la personalidad, el egocentrismo, el odio al éxito ajeno, la pasión por las excentricidades, la invención de enemigos, delirios de persecución y exagerada mitomanía.

Hace algún tiempo recordábamos la permanente vigencia que tiene el libro Aquellos enfermos que nos gobernaron, en el que sus autores, Pierre Accoce y Pierre Rentchnick, este último científico de la Academia de Ciencias de Nueva York, analizan los comportamientos físicos, psíquicos y patológicos de algunos de los hombres que como Jefes de Estado influyeron en la reciente historia de la humanidad. Muchos de ellos dieron tempranas o tardías muestras de agresividad, inestabilidad emocional, neurosis, originando inclusive conflictos armados de repercusión mundial. Otros, en ejercicio del gobierno, las desarrollaron a plenitud.

Sostienen los autores, al analizar con lupa a personajes que se repiten en el tiempo con nuevos actores, que “el equilibrio, que permite una vida psíquica feliz, depende de la relación normal de los deseos, ascendiendo de las capas profundas del inconsciente, con la censura que imponen los imperativos morales y sociales”. “En el obsesivo no hay armonías sino conflictos. La lucha íntima es implacable”. El paciente “sufre la agresión de sus propias defensas. Un combate agobiador que lo extenúa, porque se encierra en un círculo vicioso. Para exorcizar sus ideas, reprimir sus impulsos, ponen en acción medios que, como la mentira, se convierten en obsesivos”.

Esas obsesiones han llevado a la mitomanía, aberrante expresión protocolizada en foros internacionales, al actual gobernante colombiano. El burdo montaje televisado del final de su reciente discurso en la ONU, con aplausos y asistencia que no eran suyos sino ajenos, es una muestra del empeño por mentir, por engañar incautos y por aparentar lo que no se es. Simular hechos irreales para hacer creer que son reales, son evidencias propias de mitómanos. Los aplausos que eran para el anciano Biden, los corifeos del petrismo los manipularon sin pudor alguno para hacerlos aparecer como la apoteosis de su patrón en su delirante discurso. Vivir de engaño en engaño, saltándose todas las reglas de la seriedad y del respeto por sus gobernados, es propio de simuladores. Colombia, con el bochornoso espectáculo, dio un paso más para acercarse al título, que alguno reclamaba, de “potencia de la mentira”. De la mentira oficial primordialmente.

Hace días el profesor Andrés Ibáñez, al trazar un boceto de la personalidad del presidente, lo acusaba de mentir con facilidad, además de pretender seducir y convencer a cualquier precio. Recordaba su pasado de subversivo “sin mostrar ningún signo de remordimiento”. Un hombre “disfuncional, impulsivo y violento”.

Mirando en retrospectiva lo que escribía sobre Laureano Gómez el psiquiatra José Francisco Socarrás en su obra Psicoanálisis de un resentido, encontramos puntos concordantes con Gustavo Petro, lo cual confirma la tesis de que los polos opuestos se atraen: “El instinto de posesión adquiere en él categoría aberrante… Lograr honores, dominar, son su fundamental razón de ser. Su ansiedad destructora es rasgo de su psiquismo primigenio…”. Y esto es lo que hoy gobierna a Colombia.

*Colaboración especial

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