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Cristo se quedó con nosotros en la Eucaristía

Los fieles católicos se congregaron en sus respectivas parroquias para celebrar lo que vivió el Hijo de Dios el Jueves Santo: La Última Cena, el Lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. Y la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

Este es el día en que se instituyó la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino. Cristo tuvo la Última Cena con sus apóstoles y por el gran amor que nos tiene, se quedó con nosotros en la Eucaristía, para guiarnos en el camino de la salvación.

“Todos estamos invitados a celebrar la cena instituida por Jesús en cada una de las Eucaristías. Revivamos este gran don y comprometámonos a servir a nuestros hermanos”, es el llamado que hizo la Iglesia Católica samaria, a través de su máximo líder, monseñor José Mario Bacci Trespalacios, Obispo de la Diócesis de Santa Marta, quien presidió amenamente todos los actos del Jueves Santo en la Catedral Basílica.

Las palabras de Jesús durante la última cena sobre el pan sin levadura y la copa, hicieron eco de lo que dijo después que alimentó a los 5.000: «Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás…Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo…El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida» (Juan 6:35, 51, 54-55). La salvación viene a través de Cristo y el sacrificio de Su cuerpo físico en la cruz.

Al participar de la Santa Cena, testificamos a Dios que recordaremos a Su Hijo siempre y no sólo durante la breve ordenanza de la Santa Cena. Eso significa que constantemente acudiremos al ejemplo y las enseñanzas del Salvador para guiar nuestros pensamientos, decisiones y actos.

La Santa Cena nos da una oportunidad para la introspección y para volcar nuestro corazón a la voluntad de Dios. La obediencia a los mandamientos trae el poder del Evangelio a nuestra vida, así como mayor paz y espiritualidad.

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