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Shinzo Abe, falleció este viernes tras sufrir un ataque con arma de fuego durante un acto de campaña, marcó profundamente la vida política de Japón y batió récords como el primer ministro más longevo de su país, resistiendo a varios escándalos políticos y financieros.
Casi dos años después de que problemas de salud le obligaran a dejar el cargo, Abe, de 67 años, murió en el hospital de Kashihara horas después de ser alcanzado por bala durante un mitin electoral en plena calle en Nara, en el oeste de Japón.
Abe tenía 52 años cuando asumió como primer ministro en 2006, convirtiéndose en la persona más joven en ocupar el cargo.
Era considerado un símbolo de cambio y juventud, pero también aportaba el pedigrí de un político de tercera generación, preparado desde muy joven para ejercer el poder en el seno de una familia conservadora de élite.
Su primer período fue turbulento, acosado por escándalos y disputas, y terminó con su abrupta renuncia un año después.
Inicialmente dijo que dimitía por motivos políticos, pero posteriormente admitió que sufría de un problema de salud, que fue diagnosticado como colitis ulcerosa.
La era de las «Abenomics»
La dolencia requirió meses de tratamiento, y la superó gracias a un nuevo medicamento, dijo Abe.
Se postuló nuevamente, y volvió a la jefatura de gobierno como un salvador en diciembre de 2012. Con ello puso fin a un período turbulento en el que los primeros ministros se sucedían a un ritmo de hasta uno por año.
Golpeado por los efectos del tsunami en 2011 y el posterior desastre nuclear de Fukushima, Japón encontró en Abe una mano confiable.
Abe se hizo conocer en el extranjero por su estrategia de reactivación económica, conocida como los «abenomics», lanzada a partir de 2012, en la que mezclaba flexibilización monetaria, masiva reactivación presupuestaria y reformas estructurales.
Registró algunos logros, como un alza de la tasa de actividad de las mujeres y las personas de mayor edad. También recurrió de manera más importante a la inmigración para enfrentar la escasez de mano de obra.
Sin embargo, a falta de reformas realmente ambiciosas, este programa solo tuvo éxitos parciales, hoy en día claramente eclipsados por la crisis económica causada por la pandemia del coronavirus.
Tormentas políticas
La gran ambición de Abe era revisar la Constitución pacifista japonesa de 1947, escrita por el ocupante estadounidense, y jamás enmendada.
En el escenario internacional, Abe adoptó una línea dura con Corea del Norte, pero asumió un papel de pacificador entre Estados Unidos e Irán.
Priorizó una relación personal cercana con el expresidente estadounidense Donald Trump para proteger la relación entre los dos países del nacionalismo de Trump, y buscó enmendar los vínculos con Rusia y China.
Pero los resultados fueron mixtos: Trump insistió en obligar a Japón a pagar más por los soldados estadounidenses basados en el país; y, por otro lado, Abe no logró concretar un acuerdo con Rusia sobre unas islas disputadas. Lo mismo ocurrió con su plan de invitar al presidente chino, Xi Jinping, para una visita de Estado.
Abe, a menudo salpicado por escándalos que afectaron a su entorno, supo aprovechar acontecimientos externos — disparos de misiles norcoreanos, catástrofes naturales — para desviar la atención y presentarse como un jefe indispensable ante la adversidad.
También se benefició de la falta de un rival de envergadura en el seno de su partido, el PLD, y de la fragilidad de la oposición, aún no recuperada de su desastroso paso por el poder entre 2009 y 2012.
Pero su popularidad declinó desde el inicio de la pandemia del coronavirus, ya que la política de su gobierno fue considerada demasiado lenta y confusa.
Durante mucho tiempo se aferró a la esperanza de mantener los Juegos Olímpicos de Tokio en el verano boreal de 2020, que iban a ser el punto culminante de su mandato. Los Juegos Olímpicos se celebraron finalmente un año más tarde, a puerta cerrada.
Fuente: AFP