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La decisión popular del 19 de junio corresponde a lo que los expertos denominan “elección crítica”. Es decir, una en la cual se realiza una alternación en el Gobierno y genera cambios significativos de orden político, económico, social. La votación del 1 de diciembre de 1957, por el mal llamado plebiscito, fue una elección crítica que tuvo gran éxito: puso fin al sectarismo partidista. Cambio político fundamental. Ésta desembocó en la elección de Virgilio Barco para el período 1986-1990 reforzada con la de César Gaviria (1990-1994) que, en conjunto, permitieron el tránsito del Frente Nacional (fórmula plebiscitaria) a las instituciones introducidas por la Constitución de 1991, ahora con plena vigencia y, todavía, mucho por desarrollar.
Luego, el conjunto de elecciones Pastrana-Uribe-Santos (1998-2018) dio lugar a un período clave que permitió el desmonte de los grupos paramilitares, la desmovilización de las Farc y el debilitamiento del negocio criminal de las drogas. Infortunadamente, un ‘efecto perverso’ catapultó este negocio y ahora sufrimos gravísimo impacto en la seguridad rural y urbana. Fueron veinte años.
Se puede decir que desde 1953 venimos eligiendo gobiernos que han cumplido histórica tarea que no se puede mirar como ordinaria o de rutina. Todavía el tema del orden público, de la seguridad rural y urbana, requiere particular atención. Y al lado, otros de enorme significación como la superación o mitigación de la desigualdad, la erradicación de la corrupción que tiene características ahora, de crimen organizado y que ha contaminado y deformado el funcionamiento de las instituciones y la formulación y ejecución de políticas públicas. Y, claro está, nuestra mejor inserción global, la aplicación del nuevo mundo digital y la adecuación de nuestro Sistema Productivo y nuestra vida cuotidiana a los efectos desastrosos del cambio climático.
Temas de enorme significación que reclaman urgente y eficaz tratamiento. Nada fácil. Los dos candidatos ofrecen aproximaciones, algunas coincidentes otras no tanto, para cumplir esta tarea. Ojalá por el camino, en este período presidencial, y en los subsiguientes hubiera el espíritu de colaboración patriótica que facilitara una empresa gubernamental de tanta envergadura. Bloquearla es antipatriótico. Además de riesgosa para la paz social que tanto anhelamos.
Construir una nación que ha sido pobre durante buena parte de su historia y no tan rica, aunque en mejor situación, después de la II Guerra Mundial, requiere enorme esfuerzo colectivo, y buenas políticas públicas ejecutadas con transparencia y eficacia durante varias décadas. Pero hemos progresado mucho, así no se reconozca y no haya esfuerzos para mostrarlo. Ojalá algún sector entienda que la historia positiva del país, también, merece una narrativa que logre ser compartida por buena parte de la ciudadanía. La leyenda negra sobre Colombia requiere una leyenda alternativa. No un ditirambo. No una historia heroica. No una historia sin matices. Se dejó pasar la oportunidad del bicentenario (2010-2019). No importa. Se pueden revivir esas y otras fechas.
Esta nueva etapa está marcada por la necesidad de imprimirle alta dosis de justicia social a todas las políticas públicas. Nadie está en favor de la desigualdad que tenemos, pero no se deben desconocer los notorios progresos en materia de salud pública, educación, vivienda. El secreto está en proporcionar -vía empleo productivo- recursos y posibilidades de crédito para los más vulnerables. Dinamizar las fuerzas de nuestro precario capitalismo.
Inclusión, inclusión, inclusión.
*Exministro de Estado.