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Lo ideal en una democracia, sería que la gente escogiera el candidato de sus preferencias, por los programas de gobierno que los diferentes aspirantes presenten; por las políticas públicas que van a implementar y a priorizar durante su administración, para mejorar la vida de las personas y eliminar tantos desequilibrios sociales.
A pesar de que el proceso electoral avanza en Colombia, se observan coaliciones políticas de toda clase; candidatos en solitario de todo tipo de procedencias e ideologías; sin embargo, hasta el momento, esto es precisamente lo que brilla por su ausencia; avanzado como está este periplo democrático, salvo muy pocas excepciones, no sabemos que es lo que proponen los candidatos para los temas más neurálgicos que aquejan el país.
En el momento, lo que está llegando a la población son ideas, noticias y creencias falsas sobre lo que piensan los candidatos. Los mensajes que viajan en las redes sociales, las ideas ‘aerodinámicas” que llaman ahora, son equívocos y distorsionan la realidad. Hasta ahora, son los que llegan a la opinión pública y ganan la batalla imponiendo una opinión distorsionada. En el pasado, algunos de los actuales candidatos se impusieron señalando que ellos eran la redención sobre la política partidista corrompida, que eran los únicos que no robaban. La gente les creyó, llegaron a los puestos públicos y hoy están llenos de procesos y de investigaciones.
Otros hacen sus campañas, manejando odios, en lugar de blandir ideas. Algunos se limitan a atacar algún contrincante para edificar sobre las contradicciones. Como ciudadanos debemos exigir información clara sobre los programas; responsabilidad de los partidos y movimientos políticos en su difusión, para poder cumplir nuestras obligaciones democráticas.
A propósito de las distorsiones, pareciera que la época en que la política se hacía desde los púlpitos estuviera superada; sin embargo, llamó la atención la gran conmoción que, por su efecto simbólico, significó la entrevista que uno de los candidatos tuvo con el Papa Francisco, cabeza de la Iglesia Católica. Para el candidato entrevistado, la audiencia papal le reporta un inmenso beneficio, pues de cierta manera, redime y purifica su imagen: la de un pasado belicoso que siempre le enrostran sus oponentes. También tranquiliza a muchos ciudadanos, al saberlo del lado de la ortodoxia confesional, así ésta se encuentre proscrita en nuestra Carta del 91, como si se hubiera dado un arrepentimiento y un propósito de enmienda.
Pero más significativo fue el escozor que ocasionó la reunión vaticana frente a algunos de sus contrincantes políticos, quienes salieron desesperados a buscar cita para entrevistas similares o a remembrar reuniones pasadas con todo tipo de jerarcas eclesiales. Todo este episodio es muestra de la inmadurez democrática que nos aqueja y el potencial riesgo que tenemos los colombianos, de que la escogencia de nuestro próximo dirigente obedezca más a las emociones que a los programas de gobierno. Definitivamente estamos en una campaña emocional.