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Observé con profundo interés y nostalgia cuando apareció en las redes sociales Carlos Vives despidiendo a su padre hace varias semanas.
Como siempre se hizo acompañar por músicos de talla, y le dio el último adiós a su progenitor de la manera como sabe hacerlo, cantando un buen vallenato. Buena voz, acordeón, bajo, guitarra y su voz que se intercalaba con su hermano, su familia y el gran Gusi. La canción que cantó fue el Cantor de Fonseca que grabó en Clásicos de la Provincia en 1993.
Era la escena de una despedida a un ser querido, hasta cuando nos envió un mensaje ejemplarizante: ¡Todo en vida! La repitió varias veces. Lo decía sereno y al reiterarlo, se le sentía un tono de satisfacción por haber sido, asumo yo, un hijo ejemplar.
La muerte es el fin de nuestra existencia terrenal. Por muy maduro que seamos espiritualmente, la partida de un ser querido duele. No en vano estamos ligados por sentimientos, y es así como DIOS nos envió a este mundo. Somos seres afectivos, y con esa connotación desarrollamos sentimientos y conexiones con nuestros semejantes.
Ese sentimiento se acentúa dependiendo de la madurez espiritual para dar el último adiós al ser amado. Es así como nace el duelo, un estado de ánimo que algunos superan con facilidad, y otro simplemente caminan por la vida con el sonriendo, aunque el alma llore.
Durante el trasegar de nuestra existencia debemos hacer lo posible por darlo todo por los seres que aún nos acompañan. Aprovechar el tiempo al máximo con esas personas especiales que la vida nos regala, ya sean padres, familiares o amistades.
Esas personas se manifiestan de diferentes formas. En algunos casos son los que nos acompañan en la vida, formándonos. Son padres hasta el último día de su existencia, no importa si ya tú tienes tantas canas como ellos.
Por otra parte, están los familiares y amigos, que en ciertos casos nos dicen, múdate al lado de mi casa, te enfatizan que sería muy agradable que fueran vecinos, que tus y sus hijos crecieran juntos, luego insisten en que lo hagas, y otras veces te reciben con un agrado infinito en su hogar. Todos esos hechos hacen entender que la verdadera amistad y el aprecio si existe.
Los afanes de la vida no deben evitar que contemplemos y vivamos en todo su esplendor, la perfección de los vínculos afectivos de hijos, padres, hermanos, amigos y familiares. Cada persona es un regalo que DIOS nos envió. Así debemos mirarnos los unos a los otros.
Con ocasión de lo que estamos viviendo, y en aras de mejorar nuestro amor hacia las personas que DIOS nos ofreció en el trasegar de la vida, es importante analizar qué tanto amor estamos ofreciendo y, ante todo, qué más podemos entregar en favor de los demás. Dar lo mejor de nosotros.
¿Realmente ofrezco el tiempo que quisiera ese ser estar conmigo?
¿Podría agradarlo más a menudo con una visita, una llamada o un simple gesto de cariño?
Solo si honramos en vida a los padres, al cónyuge lo amamos y le somos fiel, socorremos y adoramos a nuestros hermanos, a nuestros hijos les damos amor, ejemplo y bendición, y a los amigos que DIOS nos regaló les devolvemos los afectos con lealtad y aprecio, sólo así podremos clamar cuando se vayan con satisfacción:
¡todo en vida!
¿Será que esta frase dará para una canción?
Pues yo le dejo el primer verso a Carlos, gestor de la frase “todo en vida”, para que lo considere.
Todo en vida entrega lo tuyo,
Ama a esos seres como si fuera el último día,
Para que cuando se vayan grites con orgullo,
¡En vida, toooooooooooooooodo en vida!
*Abogado