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¿Qué fue lo primero en lo que pensó usted al leer ese encabezado, querido lector? Supongo que en la pandemia, el encierro, la pesadilla colectiva que estamos viviendo. Y su siguiente pensamiento seguramente habrá sido una variante de “¡uuuuuuhhhhh, de aquí a que esto termine…!” Y no le faltaría razón, porque a prácticamente siete meses de que esto comenzó a afectarnos en Colombia, y casi 10 de que lo hizo en Asia y Europa, no se le ve pronto final. Los rebrotes están a la orden del día en muchos países, nuevos encierros se avecinan, sobre todo en aquellos lugares en los que se avecina el invierno, y salvo muy contadas excepciones, no hay modelos a seguir ni acciones a imitar que hayan demostrado ser eficaces y duraderas.
La pandemia llegó para quedarse un buen rato entre nosotros. Pero supongamos, imaginemos, que por un lado las medidas de contención de esta segunda oleada sean razonablemente exitosas y que, por el otro, las vacunas en proceso lleguen a buen puerto y puedan estar disponibles pronto y en cantidades suficientes. Son dos presunciones harto optimistas, pero podrían ser una realidad para el primer semestre del año próximo.
Sigamos imaginando que para entonces, digamos el verano del 2021, termina la fase crítica y con ello concluyen también muchas de las medidas más estrictas que se han tomado para combatirla. ¿Qué pasará entonces? Muchos hablan de un regreso a la normalidad, como si tal cosa fuera posible. Como si el impacto social, económico, familiar, psicológico pudiera borrarse de un plumazo simplemente porque ya se puede salir libremente. Como si las huellas, las cicatrices de la convivencia y el encierro forzados no estuvieran ahí, como si los empleos, los negocios quebrados, se restituyeran por arte de magia. Como si las vidas perdidas se recuperaran por decreto.
Nada más alejado de la realidad: así como esta pandemia ha cambiado muchos de nuestros hábitos y costumbres, ha marcado también una clara línea entre quienes se han comportado (o no) de manera responsable, quienes han sido empáticos y solidarios o quienes solo han visto en esta crisis la oportunidad de lucrar. ¿Se imagina usted acaso que podrá saludar como si nada a su vecino, pariente o amigo que se la ha pasado en fiestas, reuniones sociales o bodas? O al revés, si usted es de ese club, ¿se imagina conviviendo cómodamente con quienes SÍ siguieron las reglas sin sentir que lo juzgan? Si usted es empresario, no se va a encontrar ni a sus clientes ni a sus antiguos colaboradores así nada más. Si es usted (o era) asalariado, no verá de la misma manera a sus antiguos o nuevos compañeros de trabajo. Si es usted político tal vez batalle para que los espejos no se rompan a su paso.
Súmele usted a lo anterior la mirada severa de los demás a cosas que ni siquiera están en nuestras manos controlar: si usted se deprimió o sufrió ataques de angustia o ansiedad, habrá quien lo juzgue por “no aguantar”. Si se negó a sumarse a los coros condenatorios de uno u otro bando político, habrá quien lo acuse de cómplice o encubridor. Si su negocio quebró, si perdió su empleo o su casa, si perdió a su pareja o su familia, llegarán mucho más rápido los juicios de los demás que su solidaridad, su apoyo.
Lo que NO sucederá es el regreso a lo de antes, porque eso se acabó, irremediablemente, para bien o para mal. Tocará reinventarse en muchos aspectos, incluido por delante el de las relaciones sociales, familiares, personales. Seremos todos un poco o un mucho diferentes al salir que al entrar en este largo y aparentemente interminable túnel. Y lo único que podremos controlar pasando estos tiempos inciertos será nuestra conducta, el qué y el quiénes seremos como personas, como individuos. No es pequeño el desafío, ojalá estemos a la altura.
* Internacionalista