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Cómoda, y más aún con las morisquetas cínicas del señor Trump, es la posición de los Estados Unidos relacionada con el narcotráfico, pues para los gringos de todos los pelajes políticos romper una unidad en dos mitades es, no lo ideal, sino lo conveniente para ellos y sus intereses en determinadas circunstancias. A criterio de Washington, la bola de los alucinógenos tiene una semicircunferencia buena y otra mala. La buena es la distribución y la mala es la producción.
Como si fuera poco, es el gobierno estadounidense el que certifica o descertifica al antojo de quien lo presida. No es, como debería ser, un organismo multilateral o especializado. Por la gracia de ese privilegio de origen puritano reparten bendiciones y maldiciones con el látigo en alto. De ahí que bendigan y maldigan, en calidad de jueces y partes, de manera impúdica, con patente de prevaricadores e insolencia de verdugos, a santurrones y malvados.
Hace apenas una semana el Congreso norteamericano negó, en uno de sus debates, el recorte que propuso Trump en la ayuda de su país a la lucha contra los narcóticos en Colombia. Ahora trata, como lunático desairado, de eludir la derrota parlamentaria por el atajo de la descertificación quitándole los recursos a su socio y amigo. Él no puede reconocer un traspié y sacrifica lo que sea para enaltecer un capricho. Lo grave es que ahora no lo hace como dueño de casinos, sino como jefe de Estado y de Gobierno.
La razón para asediar a los países que producen y procesan la coca, y no a los capos que la distribuyen dentro de los Estados Unidos, es que el distribuidor deposita sus utilidades allá y el productor se las trae y las blanquea a través de testaferros en Bogotá, La Paz y Lima. Si Pablo Escobar hubiera invertido sus ganancias en San Francisco o Georgia, le habrían ofrecido la ciudadanía americana para cobrarle los impuestos que evaden tramposos de charreteras como Donald Trump.
Si algún país merece una descertificación por el fracaso de la política anti drogas es Estados Unidos. Este advierte el aumento de las hectáreas sembradas, pero no el crecimiento de la demanda en Chicago, Los Ángeles o New York. Parece que sus costas no tuvieran vigilancia ni policial ni aduanera. Aviones y lanchas proveen a los revendedores de la carga, y de las bodegas de estos salta hacia los tabiques más jóvenes de la población.
La terquedad de los gringos tiene otra razón de peso: que, caído el Muro de Berlín, el pretexto para intervenir con fines imperialistas, dondequiera que lo necesiten, son las sustancias controladas, y no van a cambiar esa punta de lanza por la eludida legalización. Que no intervengan con la frecuencia que quisieran, es otra cosa. Pero, entre sus muchos modos de dominio, se reservaron este que venden como guerra de protección.
*ExMagistrado y Escritor