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Si bien la política mal se percibe y no se caracteriza como debiera ser, por la decencia, ni por tener altos estándares de integridad, importa en ella un mínimo de recato, compostura y decoro, dado que no debe ni puede seguirse degradando la política como lo hacen muchos en todos los territorios del país y hasta del mundo, quienes, sin pudor y dignidad tuviesen, no se asomarían a su escenario, que debería ser un todo inmaculado. Definitivamente le hace falta a la política estándares más altos de integridad, optar entre los inconvenientes y buscar el equilibrio eficacia / principios, mismos estos que muchas veces se olvidan cuando se busca un objetivo a costa y precio que fuere, lo que la hace incongruente.
No se puede, si realmente se quiere hacer política sana, de altura, despreciar al prójimo, y menos de manera vulgar, como tampoco burlarse o mofarse de las personas sea cual fuere su condición personal, educativa, física, económica o social. No está la política para desfachateces; tampoco para llegar a niveles en los que se permita despreciar, apartar, estigmatizar, degradar, segregar, denostar, discriminar, ni plagarla de mentiras y odios contra todos aquellos que piensen diferente a los postulados que uno promueve. Importa en ella el respeto por las historias de vida de los adversarios, sus trabajos, realizaciones y decisiones.
No puede permitirse que la política llegue a niveles bajos y que la gente tolere lo cual y vea dichas actuaciones como algo corriente, lo que de contera normaliza la podredumbre. Aceptar que los políticos cada día y cada vez sean más ruines y vulgares es tanto inadmisible como imperdonable. La política no puede degradarse por ninguna circunstancia, sino elevarla sí y siempre a los sitiales que por derecho propio deben corresponderle por cuanto significa en su todo integral para el desarrollo de los pueblos.
No olvidemos que tiene que ver degradar la política con enaltecer la corrupción, el engaño, la falsa promesa, las artimañas, el lucro personal sobre el servicio social, bien individual por encima del colectivo, la trampa ante la honestidad, el populismo sobre la buena administración gestión y gerencia públicas, lo que lleva a que el ejercicio democrático pierda su esencia, su razón de ser, sus valores y su raíz, por las acciones de quienes buscan el poder y los electores que lo facilitan, que parecieran no tener la capacidad para discernir entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. Pareciera que estamos hoy más que nunca lejos de vivir acorde a esa esencia política que es inherente a su naturaleza, por las formas poco razonables como se viene abordando la democracia, lo que termina por que se impongan las imposiciones de la politiquería y se promulgue en cambio la viveza y la mala intención como principio político, desvirtuando aquello que la política, la buena política, es el arte de gobernar la sociedad, es una estructura social que busca el bien común y nunca el de unos pocos como aconteciendo vemos.
Se degrada también el ejercicio de la política cuando cualquiera quiere gobernar sin preparación intelectual, moral y vocacional, sino porque lo mueven y motivan intereses laborales, arribistas y económicos, no lo justo ni lo virtuoso. No tienen la vocación de servicio que implica ejercer la tarea pública, además de otras capacidades. Igualmente vemos a algunos otros con pergaminos académicos, pero sin ninguna sensibilidad social. El político debe destacarse por su honestidad, honorabilidad, capacidades, coherencia, rectitud, integridad moral e ingenio agudo. Nunca por su ineptitud, mentir sin piedad, prometer lo que no va a cumplir. Pero peor que todo, el problema más grave es que la misma ciudadanía tolera lo cual y muchas veces hasta lo promueve consciente o inconscientemente lo que la hace culpable de los desastres en la administración pública, al legitimar con su actuar la corrupción y dando a entender por dicho actuar que sin ella, la corrupción, es imposible gobernar, dándose una responsabilidad compartida entre quienes ejercen el poder público y los ciudadanos, porque se dan comportamientos que van en contra de los principios democráticos.
Estamos fracturando y debilitando la buena política y la democracia. Perdiendo sus nortes. Avivando exagerados como absurdos e incoherentes fanatismos hacia los políticos. Se les endiosa. Se les eleva a la condición de mesías, cuando realmente, los más, desvirtúan el sentido de la buena política y hacen daño a las comunidades que ven como los problemas sociales persisten sin solución. Salvemos la política. Sumémosle conciencia democrática colectiva. Discernemos mejor el sentido de todo cuanto interesa, importa y significa. Adicionémosle criterios éticos para castigar en las urnas a quienes no cuentan con un perfil idóneo para representarnos como comunidad. saramara7@gmail.com