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“Cantos que inundan el río”
Por
GONZALO
RESTREPO SÁNCHEZ
Se supone que en el mes de diciembre la cartelera cinematográfica local estará cargada de buenas películas, pero por lo que se ve, se quedan en el tintero una gran cantidad de filmes, a los que las empresas de exhibición llaman “películas finas”.
Y mientras se programa una serie de películas malas, a excepción de las denominadas blockbuster que están destinadas a recaudar grandes sumas de dinero [aunque más de una cinta se estrella], el “streaming” cada vez quita más espectadores a las salas de cine.
De todas formas, el fenómeno hoy día en Colombia son los largometrajes documentales, muchos premiados en el exterior. La mayoría se exhiben por RCTV Colombia y otras tantas por Señal Colombia. Y la verdad hay que estar atento. Uno que llama la particularmente la atención (si bien, hay muchos otros) es el documental “Cantos que inundan el río”, del cineasta Luckas Perro; realizador Germán Arango y la fotografía, a cargo de Liberman Arango.
El eje de la historia es Ana Oneida Orejuela Barco y las comadres con quienes multiplican su voz y sus cantos desde el territorio (azotado por la barbarie) Bojayá. ¿Cómo definir el concepto del documental? No faltan definiciones, algunas veces registrando hacia las inexorables categorías lógicas o como modos particulares de imaginarlo; por ejemplo, la que nos ofrece Etienne Souriau en “El universo fílmico”, sobre la idea de “la presentación de seres o cosas existentes positivamente en la realidad afílmica» (p.64).
Así que Oneida, una mujer que perdió su pierna izquierda por un ataque de serpiente a los ocho años de edad y quien reside en el pueblo de Pogue en la selva, y al que solo se accede por el río Bojayá. Convierte el alabao en un lamento y una expresión de reminiscencia y de dolor por lo pasado. Pinilla (2017) afirma:
Los alabaos son cantos inscritos en los rituales mortuorios (velorio y levantamientos de tumba) propios del pueblo afro de las comunidades del Pacífico colombiano, los cuales se realizan para acompañar la muerte de una persona adulta de la comunidad. Estos ritos permiten a los difuntos adultos el paso de su alma hacia la eternidad (p.154).
Independientemente de la puesta en escena [lo que permite prever un falso documental]. Es válido resaltar [y se siente], que el canto llega donde espiritualmente debía estar; del lado de los inmolados y de sus almas. La cámara sigue a Oneida en sus cantos, y asimismo a sus comadres, para poder irlos asimilando y replicarlos. A todas se las escucha en una proliferación de voces que emociona.
Lejos de buscar unas huellas de africanía, el punto a resaltar aquí es la frecuencia con que los cantadores y cantadoras de alabaos del Medio San Juan hacían referencia a África y a la esclavitud como parte de lo que se podrían considerar los orígenes de los cantos (Pinilla, 2017, p.155).
No podemos decir con base en todo lo anterior, que es un trabajo audiovisual imaginable. Todo conduce a la reflexión que estamos ante un ejercicio de guión insondable, bien investigado, que brinda una poética feroz sobre la selva, los ríos chocoanos y los sucesos irrebatibles [o axiomáticos] y su impacto. No solo en el texto fílmico sino en lo antropológico: “una adaptación músico-literaria en la cual contribuyeron en gran medida tanto los romances juglarescos y la musicalidad gregoriana… los “griots” africanos (Córdoba, 1998)”.
Referencias: Córdoba, D. A. (1998). El Alabao: Canto fúnebre de la tradición oral chocoana. Bogotá: Colcultura. Souriau, E. (1953). L’Universe Filmique. París: Flammarion. Pinilla, A. (2017). Alabaos y conflicto armado en el Chocó. Encuentros, pp. 152-169. DOI: http://dx.doi.org/10.15665/re.v15i3.1096