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Un día después del desafío de la activista de 16 años Greta Thunberg a los líderes mundiales en Naciones Unidas –exigiéndoles acciones contra el cambio climático–, estos escogieron el mismo escenario, el inicio de los discursos en la Asamblea General de la ONU, para responderle indirectamente que no están interesados en hacer algo para evitar un colapso ambiental.
Las primeras palabras pronunciadas ayer por un mandatario en la mayor cumbre multilateral del mundo, fueron las del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, declarando que la Amazonia pertenecía únicamente a Brasil: “Es una falacia que la Amazonia es patrimonio de la humanidad y es un error, como atestiguan los científicos, decir que nuestros bosques son el pulmón del mundo”.
El discurso del mandatario brasileño no se detuvo ahí con las negaciones. “La Amazonia no está siendo devastada ni consumida por el fuego, como atestiguan los científicos”, dijo después, sin hacer caso a las cifras del Instituto de Investigaciones Espaciales (Inpe), que a la fecha registra un aumento del 54 % en los incendios en el amazonas, llegando a 131.600 solo en 2019.
Luego, como una reiteración, habló el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien desplegó sus recursos nacionalistas afirmando que “Estados Unidos es con diferencia el país más poderoso del mundo” y agregando que esperaba no tener que usar ese poder.
Trump, como Bolsonaro, también habló en términos de propiedad, y vaticinó que el futuro no pertenecerá a los globalistas, sino a los patriotas. “Si quieres paz, ama a tu país”, dijo. Su predicción, sin embargo, contrasta con la emitida allí misma un día antes por Greta Thunberg, quien afirmó que, si los líderes mundiales decidían fallarle a su generación en las demandas para frenar el cambio climático, nunca serían perdonados.
Los negacionistas deciden
Aunque oficialmente la Asamblea General de la ONU comenzó ayer, las primeras palabras que escuchó el mundo las dijo Thunberg. No es una coincidencia. De acuerdo con David Castrillón, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Externado, el rol protagónico de la activista en esta Asamblea responde a un cálculo del secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
“De forma ingeniosa, decidió empezar la Asamblea con la cumbre de jóvenes líderes contra el cambio climático, precisamente, para poner sobre la mesa temas que de otra manera Estados Unidos trataría de evitar”, afirma.
La estrategia fue un éxito. Ayer, incluso en contra de su voluntad, los líderes mundiales rindieron cuentas a una niña de 16 años, así fuera para contradecirla. Algunos, como el Canciller cubano Bruno Rodríguez, incluso compararon las intervenciones. “Aburrido”, afirmó Rodríguez sobre el discurso de Trump, “no compite con Greta”.
El mensaje de Guterres, de acuerdo con Castrillón, era precisamente ese; que los discursos de los mandatarios que se escucharán durante la semana en la Asamblea, “los más aburridos, no son los únicos y que los únicos actores de los temas globales no son los jefes de Estado”.
La coyuntura, sin embargo, está lejos de ser esperanzadora. Las palabras de Trump y Bolsonaro ayer demuestran, de acuerdo con el exministro de Ambiente Manuel Rodríguez Becerra, “que esta es la peor coyuntura para el cambio climático. Trump y Bolsonaro representan un discurso repetido de negacionismo, mientras que Greta Thunberg es un símbolo necesario como los que han tenido todas las grandes conquistas de la humanidad”.
Pero, aunque en los espacios discursivos, como la Asamblea General, las palabras en defensa del planeta se impongan, en el terreno de las decisiones la voz la tienen los negacionistas: aquellos con poder para retirar al segundo mayor emisor de dióxido de carbono, Estados Unidos, del Acuerdo de París por el cambio climático, como hizo Donald Trump en 2017; o para rechazar los 22 millones de dólares que el G7 ofreció a Brasil para combatir los fuegos en la Amazonia.
La discusión de fondo es, para Becerra, anacrónica: si el interés de una nación está por encima del del planeta; si la Amazonia –que más que el pulmón del mundo es el escudo que lo protege de las entre 90.000 y 140.000 millones de toneladas de CO2 que según el Foro Mundial para la Naturaleza almacena su vegetación–, puede contarse, como pretende Bolsonaro, como un producto más en el inventario de recursos de un país.
El Colombiano.