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La reciente gira de Gustavo Petro y su gabinete por el Pacífico ha generado más inquietudes que logros tangibles. Sus discursos, cargados de odio y mentiras mientras incentiva la lucha de clases, proyectan a un presidente desenfocado y acorralado por su propia ineptitud.
En la región que le otorgó el triunfo, los avances son escasos, destacando la falta de articulación ministerial y la ausencia de liderazgo y seguimiento. Al quedar al descubierto, recurrió a la estrategia habitual de repartir culpas, criticar a la oligarquía y victimizarse, insinuando que intentan derrocarlo por resistencia a los cambios.
Es evidente que a Petro no le gusta trabajar ni reunirse con sus ministros en mesas de trabajo, reflejándose en la falta de seguimiento crucial para cumplir el plan de desarrollo. La ausencia de un acueducto en Quibdó después de un año y medio de gobierno y la irregularidad en el suministro de agua potable en Buenaventura son ejemplos palpables.
Petro parece no haber comprendido que la campaña ha concluido y que debió asumir la presidencia el 7 de agosto. Sin embargo, en medio de la gira, tuvo el descaro de anunciar su intención de buscar la reelección para su proyecto político, a pesar de no haber cumplido con las expectativas de aquellos que aún esperan mejoras.
Al finalizar la gira, Petro sabía que enfrentaría varios escándalos como la pérdida de los Juegos Panamericanos, el aval al principio de oportunidad de su exnuera, la suspensión del canciller Leyva y la falta de liderazgo en los incendios. Por eso, decidió nuevamente convocar a las calles denunciando un quiebre en la institucionalidad. Esto significa una alteración significativa o ruptura de las normas y estructuras fundamentales del sistema político que se manifiesta en el desprecio por la separación de poderes, la violación de derechos constitucionales, el debilitamiento de las instituciones democráticas y la falta de respeto por las normas y procedimientos establecidos.
En Colombia no se está planeando un golpe de estado en contra de Petro. Tampoco hay una ruptura institucional, pero si estuviera ocurriendo, sería el mismo Petro quien la está generando. Un ejemplo claro fue cuando afirmó ser el jefe del fiscal y la Corte Suprema tuvo que instarlo a rectificar. Además, sus repetidas violaciones a la libertad de prensa, criticadas por la FLIP y Human Rights Watch, debilitan las instituciones democráticas. Su intención de solo trabajar con gobernadores afines, algo criticado incluso por el saliente director de Planeación, plantea interrogantes sobre la diversidad y la participación democrática en el país.
En cuanto al canciller suspendido, ha firmado actos administrativos burlando la ley, situación que ha sido aplaudida y permitida por Petro. Las sospechas de financiamiento irregular en la campaña también generan dudas sobre la transparencia de su gestión. La crisis explícita que quebró el sistema de salud logró que hicieran la reforma por derecha, además de los nombramientos de personas sin experiencia y con un historial cuestionable, poniendo en riesgo el bienestar de la población.
Lo más preocupante es que nada de esto sorprende; Petro ha mantenido de manera consistente un comportamiento que ignora las normas establecidas y demuestra un claro desprecio por las instituciones. Aquellos que votaron por él lo hicieron con pleno conocimiento de su historial.
El gran problema radica en que aún faltan más de dos años para que finalice este gobierno y aunque son campeones en ineficiencia, improvisación e ineptitud, lo cual se refleja en resultados insatisfactorios y menos bienestar para el pueblo, el verdadero objetivo de Petro y su gabinete es destruir.
A pesar de las expectativas de muchos sobre una posible salida del poder en dos años y medio debido a su incompetencia, es fundamental no confiarse. Los grupos terroristas continúan ganando terreno, lo que suscita dudas sobre si estas acciones son permitidas deliberadamente por el gobierno bajo la premisa de la «paz total», o que podría formar parte de una estrategia para mantenerse en el poder y llevar a Colombia hacia el socialismo del siglo 21. ¡Ojo!
*Exdirectora del ICBF