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La película que es narrada al comienzo por Numa Turcatti (al que interpreta el actor uruguayo Enzo Vogrincic), que no sobrevivió, nos introduce en la calamidad.
Por
GONZALO
RESTREPO SÁNCHEZ
La cinta “La sociedad de la nieve” está nominada a Premios Oscar. En “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, leemos: “Que no hay seguro camino a la fuerza del destino”. Y es que la vida es así. Y tomo esta reflexión al comienzo del artículo, pues la historia que observamos no es ajena a ello. Bayona parte de la imposibilidad como reto y como provocación incluso a lo que sucedió los 72 días que antepusieron al 22 de diciembre de 1972, antes de observar lo imposible que nunca haya sucedido y sucedió.
Escribiendo sobre si cualquier diligencia humana ha de medirse con el metro de la veracidad sobre el individuo. Y si los elementos de la producción cinematográfica como la pulcra fotografía de un azul helado del cineasta Pedro Luque, y el gusto que conmueve por los pormenores en la minuciosa reconstrucción del frío a cargo de una dirección de arte maravillosa y que la música de Michael Giacchino, no pasa inadvertida; nos indican que estamos ante una película correcta.
Pero, por otro lado, cuando J. Marías afirma: “El cine ha hecho posible una nueva forma de análisis de la vida humana”, el relato de “La sociedad de la nieve” se resiste (que no obstáculo) en su voluntad a la vez, de inclinarse a los vicisitudes, y salvaguardo el asombro por un suceso excepcional tanto por fuera como por dentro. Además, el optimismo es el resultado de un buen análisis pese a todo y contra todo.
La película que es narrada al comienzo por Numa Turcatti (al que interpreta el actor uruguayo Enzo Vogrincic), que no sobrevivió, nos introduce en la calamidad, y algo muy importante que describe con buen tino el crítico de cine Martínez (2023): “La responsabilidad del arte o la dignidad del cine o, algo más abstruso [impenetrable], la necesidad de reconfigurar el imaginario colectivo desde la lectura cabal de un hecho que nos coloca del otro lado”.
De manera que el cineasta español Bayona logra un interesante trabajo sobre la condición humana (a parte de una trama archiconocida), sin dejar de lado la espectacularidad del suceso en los Andes. No es obligatorio cometer spoilers para magnificar el trabajo del cineasta español, pero si una reflexión sobre la vida (y hasta el cine). La célebre idea de M. Proust: “No amamos tanto el cine por lo que es como por lo que llegará a ser”, es una verdad, ya que llegará a ser eso que siempre he planteado: como un espejo donde “mirarnos”.
Ya el cineasta Kurosawa —“Rashomon” (1950) — muestra cómo la subjetividad humana puede transformar la realidad, y es que a través de los sobrevivientes en los Andes y el lenguaje narrativo; no es que Bayona reinvente el impresionismo desde el punto de vista cinematográfico, pero nos recuerda (y no es invento de él) que el cine nos brinda e invita a la circunstancia de deliberar a través de un procedimiento más existencial y fenomenológico, reflexivo, menos genérico, y que, en contexto, nos emplaza ante el hombre delimitado y sus interpelaciones definitivas.
El cine como afirma Tarkovski, cautiva en todo instante por la conducta verídica de los héroes que interpreta. Y eso también es la película a través de los sobrevivientes. El espectador es casi forzado —y de forma algo brusca, por la forma cómo se sucedieron los hechos— a colarse en la epidermis de cada uno de los interlocutores hasta mucho más allá de la emoción, y eso es el éxito, y nominación al “Oscar” 2024 de esta producción.