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“Antes de reparar una herida creo que hace falta un consenso en reconocerla”

Andrés Neuman escritor y autor del libro Fractura. / COLPRENSA

El escritor hispanoargentino Andrés Neuman presentó, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), su más reciente obra ‘Fractura’, una novela que narra la historia de un japonés que sobrevivió ante las bombas nucleares que afectaron al país asiático y que años después tuvo que revivir esa experiencia luego del terremoto que generó el accidente en Fukushima, reviviendo el pasado colectivo.

 

El escritor, ganador del Premio Alfaguara en 2009 con su novela ‘El viajero del Siglo’, habló con COLPRENSA sobre su más reciente libro, en donde explica cómo nada ocurre en un solo lugar y como cada acontecimiento se expande hasta hacer temblar las antípodas en donde las sociedades recuerdan y olvidan.

– ¿Cómo surgió ‘Fractura’?
Es una novela de viajes, amores, economías conflictivas y la idea surgió con el terremoto de Japón en 2011, que según leí desplazó el eje del planeta en más de 10 centímetros. La idea de que algo tan lejano y aparentemente remoto para nosotros acabase afectando al mundo entero me pareció como una metáfora interesante para desarrollarla y fui trabajando una historia que va creciendo en círculos concéntricos hasta llegar a nuestros propios países. Por eso la novela empieza en Japón y va pasando por Francia, Estados Unidos, Argentina y España.

– ¿La figura del sobreviviente es un punto clave en esta obra?
Me interesan mucho los casos de las personas que estuvieron en situaciones que claramente las enfrentaban a la muerte y, para sorpresa de ellas mismas, sobrevivieron. Por eso me llama la atención los personajes que desarrollan una especie de conciencia póstuma y agudizan su propia mortalidad, porque son personajes que tienen mucho que enseñarnos a nivel histórico, político y, también, a nivel emocional, ya que todos estamos más o menos a punto de morir y no nos damos cuenta.

– ¿Cómo surgió el personaje del señor Watanabe?
Es un personaje de un señor que fue el único sobreviviente que pudo reponerse a las dos bombas atómicas. Fue alguien que extraordinariamente estuvo en Hiroshima el 6 de agosto del 1945 y en Nagasaki y no contento con haber sobrevivido a estos eventos vivió casi 100 años. Y yo me preguntaba si no sería interesante contar la vida entera de alguien que se convierte como en un fantasma de sí mismo, de alguien que va viviendo con varias muertes y sorprendentemente sigue vivo.

– El protagonista de la historia nos demuestra la debilidad humana, no solo ante los fenómenos naturales sino también a sus propias creaciones…
Es una tensión entre la fragilidad humana y la enorme capacidad de resistencia, y en ese sentido Japón es un país con una cultura paradigmática al respecto. Por un lado está el impulso autodestructivo, este país, como todos, tropezó dos veces con la misma piedra y es la única nación habitada que sufrió la bomba atómica y, sin embargo, basó su economía, futuro y desarrollo en la misma energía que lo había destruido hasta llegar al desastre de Fukushima casi 70 años después.

Por otra parte creo que no hay cultura más difícil de derrotar, más imposible de extinguir que la japonesa, y me parece que ahí había algo que me interesaba narrar mediante la ficción, que es estos dos polos que toda cultura tiene. El polo autodestructivo de matar al vecino, de hacer cosas suicidas, y por otra parte está la manera en que la especie humana hace todo para extinguirse y al mismo tiempo se niega a desaparecer del mundo y esto es muy conmovedor e interesante.

– El mundo trata de olvidar sus catástrofes pero en estos tiempos pareciera que se volvieran a revivir…
Claro, yo también estaba interesado en reflexionar precisamente sobre esto. Lo que se quiere dejar atrás sin ser manifestado, explorado, narrado exhaustivamente para apostarle al futuro termina regresando en forma de fantasma, del mismo modo en que Fukushima recordó lo sucedido en Hiroshima muchos años después. Cada país tiene sus repeticiones y a mí me interesaba un arte japonés que es el kintsugi, una forma de reparar los objetos rotos rellenando las grietas con polvo de oro, esto hace que en vez de disimular que se rompió nos lo recuerda para siempre y nos hace celebrar que sobrevivió ante cualquier evento reconstruyendo el futuro, devolviendo la utilidad al objeto y creando una memoria permanente de lo que sucedió.

– Colombia está saliendo de un conflicto de más de 50 años ¿Está dispuesta una sociedad a reparar sus heridas?
Antes de reparar una herida creo que hace falta un consenso en reconocerla. Muchas veces las políticas de Estado consisten en negar las cicatrices y de esa forma no se puede reparar algo que no es oficialmente reconocido.

Uno de los personajes de la novela dice que ‘lo que no se termina de decir, no nos deja dormir y nos causa insomnio’ y por eso es muy importante entender que para generar un futuro en donde algo este superado hace falta someterlo a un proceso de pronunciación clara de esa herida, porque no se puede suturar lo que se niega y esta es la conciencia que para que el pasado no se repita es necesario dejar señalada esa cicatriz. Precisamente la fantasía de borrar esas huellas propicia la repetición del pasado por su negación y aquí creo que la literatura puede contribuir a esa labor reconstructiva.

– Los personajes de la historia tienen unos sentimientos y misterios. ¿Cómo se refleja esto en nuestro diario vivir?
Todos los personajes de la novela tienen sus propios conflictos con su memoria personal y colectiva, y del mismo modo tienen algún tipo de dificultad a la hora de relacionarse con su pasado. En la obra se cuentan cuatro historias de amor, cómo se rompieron y cómo las personas que vieron rota la relación tuvieron que hacer después una labor de reconstrucción de su propia vida. Entonces la novela va saltando de las grietas colectivas a las individuales personales.

– ¿Cómo fue trabajar en los cuatro personajes femeninos de la obra?
Fue muy interesante poder escribir desde cuatro narradores en primera persona femenina, porque me obligó a superar ciertos límites que en teoría son imposibles de superar. Por eso, mediante la ficción nos podemos preguntar: y si yo fuera el otro qué sentiríamos y pensaríamos, y creo que fue tan fascinante escribir estas historias de amor desde el punto de vista de ellas y me enseñó mucho como escritor y como hombre.

– La historia esta llena de antípodas. ¿Cómo fue trabajar en este tema dentro de la obra?
Las antípodas son un concepto muy fascinante. Si pensamos, por ejemplo, que en cualquier país es la misma hora que en su antípoda, sí aquí son las 6 en mi antípoda van a ser las 6. Y esa idea de que cuando uno da la vuelta al mundo se empieza a acercar a su propio lugar, me parece que revela muchas veces cuál es el mecanismo de la narrativa que a veces toma distancias, en un ejercicio de desviación imaginativa cuyo objetivo es observar lo propio con más claridad.

Cuando hablamos desde su propio lugar no se contempla a sí mismo, es un problema de perspectiva. De pronto se me ocurrió si desde nuestras antípodas pudiéramos ver con total claridad nuestro lugar y ese ejercicio de distancia permite una visualización nítida del lugar donde estamos, es una maniobra que las novelas pueden hacer muy bien.

– ¿Las sociedades contemporáneas han entendido que estamos llenos de antípodas?
Estamos en un momento de afirmación reaccionaria del propio territorio simbólico. El muro de Trump no es una causa sino la consecuencia de un modo de la renacionalización fanática de todos los espacios públicos y de poder, que en muchos casos da lugar a discursos conservadores xenófobos, de rechazo de los otros y creo que la ficción puede tratar de generar un contrapeso y contar historias que revelen nuestras afinidades con el vecino en lugar de nuestras diferencias con él.

– ¿Qué encanto tiene embarcarse en una novela de largo aliento?
Tiene todos los encantos y también es agotador. Es una novela que trabajé durante siete años y es algo francamente fatigoso, pero también adictivo, porque uno convive con los personajes durante tantos años que llegan a formar parte de su familia. Estos seis personajes que protagonizan ‘Fractura’ los extraño mucho, hecho de menos su presencia diaria en mi vida y me consuela pensar que ahora están conversando con otros lectores.

Creo que uno no puede salir de la novela que está escribiendo porque teme ese momento en que los personajes se vayan y esta es una especie de síndrome de Estocolmo, que todo narrador de una novela larga en algún momento empieza a desarrollar. Y les pasa a los lectores, si les gusta la novela al principio van rápido y como se va terminando se empieza a leer las últimas páginas de forma más lenta, porque da lástima salir de ese mundo y a mi me pasó escribiéndola y en eso estuve siete años.

– Argentina es el invitado especial en la Filbo. ¿Cómo ve la participación de su país?
Creo que lo bueno es que propicia diálogos muy específicos entre países, que no siempre se comunican con la fluidez que deberíamos. Hablamos de Latinoamérica como si fuese una unidad continental o simbólica, pero lo cierto es que los uruguayos no se pasan la vida leyendo a los escritores bolivianos y los venezolanos no viven leyendo a los paraguayos y entonces estos eventos sirven para que quizás los lectores colombianos conozcan a los autores que jamás en la vida habían leído.

Asimismo, y algo no menos importante, es que la delegación Argentina entre a las librerías colombianas y se lleve su literatura contemporánea del país o un intercambio con autores que quizás no conocíamos. Es decir, nos vamos a ir con libros colombianos en la valija y no solo somos nosotros los invitados, sino que vamos a regresar a nuestros países con un conocimiento mayor sobre la literatura colombiana.

 

 

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