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Definitivamente lo primero es contar con el pueblo, con la ciudadanía, con la comunidad o como queramos llamar a esa parte sustancial de toda sociedad que es la gente, en la realidad que son estos tiempos en los que es más importante saber escuchar que querer imponerse, saber explicar qué querer convencer. Desde hace mucho tiempo vivimos como conglomerado en una tensión creciente que ha entrado de pleno en la esfera social, en el tejido humano de la ciudadanía, en lo cívico y familiar. La situación actual desvela pasiones y se producen contraposiciones, acaloramientos y hasta momentos amargos. Soy de los que piensan que nuestra sociedad se encuentra un tanto fracturada, con algunas grietas abiertas que provocan inestabilidad en su conjunto.
La polarización de posiciones es un hecho, y en muchos casos se pide, o mejor, casi que se exige, que las personas se definan a favor o en contra de una determinada postura. Cabe entrar en el terreno de los matices y desmitificar el análisis de la polarización, porque la realidad no es toda ella de un color ni de otro. La ponderación en el análisis es una cualidad fundamental para instaurar una actitud que no se limite a proyectar fuera aquello que uno vive y siente dentro de sí.
Por sí misma, la polarización es peligrosa, o al menos nada recomendada ni recomendable, no puede, lo que sería un exabrupto, tener la última palabra en momentos de complejidad de nuestra sociedad, ya que ello sería tirar por la borda el carácter propio de una nación que se ha destacado en el concierto universal por mostrar y demostrar su esfuerzo, sacrificio y resiliencia hasta más no poder. Somos tierra de entereza, acogida y convivencia, donde nadie se siente forastero, y donde quienes llegan difícilmente quieren abandonarla. Cuando las identidades nacionales se han acentuado llevadas por planteamientos políticos, es necesario retomar el discurso sobre la convivencia, dentro del cual se practique efectivamente el respeto al otro y a sus convicciones, y no se quieran imponer modos de pensar y actuar.
Esto será posible si las ideas no ocupan el único lugar de nuestra atención. No se puede caer en una especie de fijación, de la que son expresión las frenéticas terquedades, las conductas tozudas y lo monotemático. Pase lo que pase en el ámbito ciudadano y político, nos tenemos que preservar interiormente y no dejar que la agitación y el menosprecio se instalen en nuestro interior. Esto se hace difícil porque la injusticia existe y se siente como un dolor profundo que enciende y rebela. Pero no podemos quedarnos desarbolados interiormente. Paciencia y entereza son virtudes importantes en tiempos de impaciencias y de ataques a la estabilización social. La persona -propia y de los otros- es un valor absoluto, piénsese lo que se piense y pase lo que pase.
La capacidad de convivir es la característica de los que son fuertes de espíritu, de los que no se dejan arrastrar por vientos y tempestades. Es particularmente necesario que, en unos tiempos donde las diferencias se acentúan, se preserve la paz. Son tiempos, repito, donde es más importante saber escuchar que querer imponerse Y saber explicar qué querer convencer. Atendamos tal consejo en la seguridad que avanzaremos por estables y expeditos caminos de reconciliación.
*Jurista