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Hace casi cuatro años publiqué en este espacio una columna sobre la forma como irrumpió en el mercado laboral la generación Y, también conocida como la del milenio, o millennials, y cómo, a diferencia de sus antecesores de la generación, el sueldo y los ascensos dejaron de ser la prioridad y comenzaron a tener mayor peso el salario emocional, los descansos, los horarios flexibles, la movilidad y la informalidad.
Definitivamente la convivencia intergeneracional dentro de las organizaciones se convirtió en un gran desafío y lo estamos viendo de nuevo con la llegada al sistema económico de la generación Z, los nacidos en el siglo 21, con su lista de reivindicaciones que poco tiene que ver con garantismos contractuales. Ellos quieren una vida plena, crecimiento personal, sin ataduras, con posibilidades.
La crisis generacional se siente con mayor relevancia en el ámbito rural, los jóvenes emigran a las ciudades porque en el campo los servicios básicos son deficientes, la educación insuficiente y las oportunidades escasas. Los jóvenes perdieron el arraigo, prefieren el mototaxismo a la agricultura, procuran subsidios del Estado y refugiarse en albergues urbanos con techos de zinc, correr los riesgos de la marginalidad porque en la soledad del campo se sienten olvidados.
Lo que ellos más necesitan es una reforma agraria que les devuelva a sus terruños, que les plantee apoyos para la titularización, les permita regresar con alguna aspiración de futuro digno, con vivienda, con herramientas apropiadas para producir, con conectividad, con posibilidades de aprender y emprender sin abandonar su espacio vital, una cultura que incentive el campo como pilar para el desarrollo, despertar en los niños el deseo de permanecer, incluir en la educación los valores de la tierra, su riqueza, el valor de la naturaleza y su potencial como negocio.
Así como se crearon los Colegios Amigos del Turismo, se podría estimular un proyecto para el campo, para que muchos centros educativos se adhieran a una iniciativa que devuelva el deseo de pertenecer, producir y prosperar con la producción de alimentos, con los agronegocios, con el agroturismo.
En un estudio de Manpowergroup se resalta la importancia de estar atentos a la llegada de la generación Z porque en 2025 constituirán el 27% de la fuerza de trabajo en Colombia y hoy no contamos con los mecanismos para integrarlos al mercado laboral. También destaca que en Colombia el ritmo de la contratación ha regresado a los niveles previos a la pandemia, con la buena noticia de que las pequeñas empresas tienen una expectativa importante para crear empleo.
Los cambios generacionales, sumado al envejecimiento demográfico, deberán ser tenidos en cuenta tanto en las empresas que necesitan sostenibilidad, como por los gobiernos y los legisladores encargados de ajustar las realidades a los nuevos tiempos. Son tiempos de flexibilidad laboral.
Es indispensable que en las políticas que se están desarrollando se tenga un enfoque a generar oportunidades laborales, y para ello deberemos entender la necesidad del relevo generacional, la pertinencia de las modalidades de trabajo para captar el interés de los que llegan. Esto se logra si los sectores público y privado trabajan de manera mancomunada. Estamos frente a la oportunidad de adaptar las políticas a las necesidades del presente y las del futuro inmediato.
*Presidenta de AmCham Colombia y Aliadas