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En mi condición de demócrata de izquierda y Gobernador de los Magdalenenses, frente a la decisión de la Fiscalía 5 ante la H. Corte Suprema de Justicia, en la que luego de un minucioso análisis de las pruebas recaudadas, por más de tortuosos 20 años, PRECLUYE la investigación penal en mi contra, valoro con profundo sentimiento que por fin se haga justicia.
La Fiscalía ha señalado con claridad y fortaleza jurídica, que ninguna responsabilidad se me puede atribuir en los hechos con que paramilitares y parapolíticos pretendieron enlodarme, sacarme del escenario político, y continuar saqueando a nuestro pueblo y territorio. Frente a la administración de Justicia, se les derrumba a los enemigos de la Paz y a quienes creían que el Magdalena era suyo, el andamiaje de mentiras y calumnias que construyeron por años.
Se les acaba la terrible infamia con la que fui descalificado, ante la clase popular de donde vengo; fui atacado y perseguido durante casi la mitad de mi vida y toda la vida de mis cuatro hijos. Incluso con otro montaje, me privaron en el año 2006 de la libertad por 5 años, sacándome de la rectoría de la Universidad del Magdalena, hasta que finalmente la justicia, también me absolvió.
Y con esta terrible infamia buscaban ensuciar por siempre mi nombre, el de mis padres y mis hijos, destruyendo así mi vida pública y privada, para impedir nuestra llegada a la alcaldía de Santa Marta, y la gobernación, del Magdalena.
Una ignominia que repetían a diario los medios de comunicación afines a los clanes mafiosos que combatimos, y que llevaron con su dinero y poder a que el Gobierno Nacional nos negara la interlocución y les arrebatara los recursos a que tienen derecho los magdalenenses.
Una vileza con la que pretendían incentivar a las fuerzas criminales para que se atrevieran a eliminarme físicamente, como muchas veces lo intentaron.
Todos los ataques, difamaciones, montajes, mentiras, sabotajes y hasta muertos que me han atribuido los clanes del Magdalena y sus aliados, no son otra cosa que la conspiración perversa de la vieja y desesperada clase política, de la que he sido víctima, y contra la que el pueblo magdalenense se rebeló.
Han sido dos décadas en los que repetimos la verdad una y otra vez ante todo el que quisiera escucharla, sin cansarnos, con dignidad. Hoy quiero agradecer a mi familia, a mis hijos, a mis amigos, y compañeros, y a todos los que nunca perdieron la confianza en mi integridad y en la verdad que siempre he defendido.
A los miles de samarios y magdalenenses que siempre nos entregaron su respaldo, su solidaridad, a pesar de las terribles calumnias con las que pretendieron asustarlos y, especialmente, a dos seres que nunca titubearon, que me daban fuerza y me ayudaban a sobreponerme cuando la frustración me doblegaba.
Dora y Carlos Eduardo, mi amorosa madre y mi padre, que hubieran disfrutado este momento como el más esperado. Cómo me gustaría que estuvieran aquí, a mi lado, para confirmar la inocencia de su hijo, de la que nunca dudaron, pero cuyas acusaciones amargaron los últimos años de sus vidas.
Ellos vivieron durante tantos y tantos años, la dolorosa violación a mis derechos humanos, a la integridad moral y los mínimos estándares de acceso a la justicia para mí y para ellos mismos, y en especial para mis hijos que se hicieron mayores sufriendo múltiples humillaciones y matoneo, por los ataques aberrantes contra su padre.
Espero que la memoria de las víctimas sea honrada, pues fue vilmente mancillada con la manipulación de la verdad, que sus familiares sean reparados por el estado y los responsables confesos, condenados ejemplarmente.
Vendrán de seguro más batallas, y volveremos a ganar esgrimiendo la verdad; continuaremos luchando junto al pueblo para sembrar la primavera de la esperanza, y así florezca por siempre en nuestra tierra, la dignidad para nuestra gente.
Concluyo diciendo: ¡Ha ganado el pueblo que se levantó un día! ¡Ha ganado la verdad! Ha ganado la justicia, así sea tardía.
CARLOS EDUARDO CAICEDO OMAR