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Diomedes Díaz Maestre, el cantante vallenato que falleció hace nueve años y dejó una gran tristeza entre sus seguidores y el mundo del folclor.
Diomedes Díaz, fue sin duda el artista más importante de la música vallenata, y nueve años después del 22 de diciembre de 2013, día de su muerte, su recuerdo está presente en sus seguidores y en los amantes de la música de acordeón. ya que era un artista que contagiaba a los adultos y también a los niños, que cantaban sus canciones, acompañándola con los gestos y ademanes del cantante.
El intérprete nacido en Carrizal, jurisdicción del corregimiento de La Junta, en el Departamento de La Guajira, fue un adelantado de su época, ya que por su estilo inigualable, y su inspiración que le salía como un chorro de agua, le cantó a todo y a todos, con una gran capacidad de expresar sentimientos y hechos, que lo convirtieron en un ícono musical, en una marca comercial, en un sello de éxito y en una huella indeleble, para los amantes del género musical de la región caribe.
Un día, el afamado artista se presentó en el municipio de Fundación, y fue tanta la publicidad realizada a la presentación de Diomedes, que mi hermano Abraham, uno de sus seguidores -con siete años en ese momento-, comenzó a “montársela” a mis padres, para que lo llevaran a la caseta, a conocer al artista, que en el año anterior,-1981-, había impuesto récord de venta con el álbum “Con mucho estilo”, donde fueron éxito, las canciones “Bonita”, “Lo mismo me da”, “A mi papá”, “Un detalle”, “Chispitas de oro” y otras más. Además, dos meses antes había estrenado su álbum titulado “Todo es para ti”, que es una canción del propio Diomedes y que vertiginosamente se convirtió en un hit musical a nivel nacional, al igual que “Simulación”, “Bajo el palmar”, “Te quiero mucho” y “Vuelve pronto”.
Cada día crecían las ganas de conocer al artista y era tanta la insistencia durante las semanas previas, que mis padres, tal vez por salir del paso y hacer que se le quitara la idea, le prometieron que lo llevarían a la presentación del “Cacique”.
Pero como dice el dicho, “no hay fecha que no se cumpla, ni plazo que no se venza”, el día esperado llegó y desde bien temprano, mi hermano despertó con la esperanza de lograr lo que tanto había esperado. Era la noche del último sábado del mes de julio de 1982, cuando mi madre, desesperada por tanta insistencia, cogió por el brazo a mi hermano, para llevarlo hasta la puerta de entrada de la caseta, donde podría ver al artista cuando entrara al recinto.
Caminaron dos cuadras y atravesaron la plaza principal, hasta llegar al lugar donde se realizaría la presentación, el cual está ubicado en uno de los costados de la plaza. El tumulto de gente era tanto, que parecía que estuvieran caminando la procesión del santo patrono del pueblo. Abriéndose paso a empujones entre la gente, lograron ubicarse al lado de la entrada principal, pero la ilusión duró menos que un suspiro, que ya Diomedes y el conjunto, estaban adentro del recinto.
Para no devolverse sin verlo, lo cargó para que se asomara por una ventana que estaba en la fachada de la caseta, pero una pared interior impedía la visualización hacia dentro. Entonces intentaron entrar, así fuera por un momento, lo cual también fue infructuoso porque el dueño del baile, desapacible en el trato, y con un rostro adusto, impidió la entrada argumentando, que “eso no era pa´ los pelaos”. Pero la firmeza y el empeño eran mayor, por lo que cuando menos lo pensaron, los dejaron entrar “solamente cinco minutos”.
Había mucha gente, por lo que tardaron en ubicar el lugar donde estaba Diomedes y luego caminando con dificultad en medio de la agitación desordenada y ruidosa producida por la multitud, al fin pudieron llegar a una mesa atiborrada de gente.
Diomedes estaba sentado, vestido de blanco, con una guayabera manga corta de cuatro bolsillos, pantalón de lino y botas color café. Al lado de él, estaba “Colacho” Mendoza, con una pinta parecida, pero con la diferencia que “Colacho” tenía una especie de chaqueta manga larga de cinco botones, que le daba un toque de elegancia, pero que hacía contraste con las botas y el sombrero de color gris.
El momento esperado por mi hermano se hacía realidad, por lo que mi madre casi gritando, dijo:
“Diomedes, el pelao te quiere conocer”.
Enseguida con ese carisma, don de gente y una sonrisa que iluminaba la noche, y que le servía para atraer a los demás, el “Cacique” de La Junta, se levantó, le dio la mano al pequeño y como si hubiesen sido viejos conocidos, los invitó a que se quedaran a escuchar la tanda musical, con la que se acabó una larga espera que había valido la pena.
Dos años después, Diomedes grabó la canción “Mi muchacho”, que le compuso a su hijo Rafael Santos, y en una de sus estrofas, narra algo parecido a lo ocurrido esa noche, la cual dice:
Y con deseos también de quedarme
Pa´ allá en la noche a ver la caseta
Y me tocó quedarme en la puerta
No tenía plata para pagarle
Por eso es que la vida es un baile
Que con el tiempo damos la vuelta