HOY DIARIO DEL MAGDALENA
Líder en la región

Billboard-Sociales

Del libro Crónicas y Ensayos

Por:
ALFONSO
NOGUERA AARÓN

Quizás en otros lares del mundo, las fiestas de Navidad y fin de año susciten  en su gente específicos sentimientos respecto a sus costumbres y tradiciones, y otras sean las expresiones de esta época decembrina, pero aquí en nuestra región Caribe, que es mi tierra natal y a la que amo con entrañable emoción, y donde, gracias a Dios, he decidido pasar la vida, aún nosotros, los sonámbulos inquietos, pendientes de mil cosas distintas, en esta época del año quedamos como atrapados entre esos sentimientos, mezcla de tristeza y alegría que llamamos nostalgia, que no es más que la impotencia de querer detener las escenas del tiempo y no dejarlas pasar a los etéreos limbos del olvido, porque sencillamente somos seres temporales.

Y bien, en aras de precisar el sentimiento decembrino de mi tierra caribeña, debo decir que la primera en darse cuenta que diciembre va llegando, es nuestra naturaleza local, pues parece que supiera con exactitud por donde van las hojas del calendario, y entonces todo se convierte en magia y encantos. Veamos, pues, algunas cosas que suceden en nuestro ámbito cotidiano para el común de la gente.

Después de los aguaceros de octubre y noviembre, y el olor a tierra mojada de las tardes grises y de aquellas inundaciones imprevistas; de pronto, al menos en Santa Marta, mi tierra natal, aparece diciembre con un sol amarillento que despunta por el sureste sobre las azules crestas de la Sierra Nevada, y aunque todo el ropaje decembrino ya está en los almacenes y en la radio y Tv con sus canciones alusivas a la navidad y fin de año desde el mes de agosto,  y aunque en diciembre aún llueve a retazos, sin embargo, el cielo ya no da marcha atrás y los días se pintan de un azul cristalino y por las noches escuetas aparece la constelación de Orión con su séquito de  estrellas y luceros. Antes, por los años sesenta o setenta, cuando yo estudiaba la primaria y luego el bachillerato, aquellos días novembrinos coincidían con los exámenes finales, y para los que ganaban el año, la dicha era palpitante y diciembre parecía anticiparse, pero para los que lo perdían, la tristeza y la frustración eran grandes y tan solo las vacaciones y el diciembre que ya se venía podían amainar tan hondos pesares. Yo viví los dos lados de esas sensaciones, pero la vida tenía que seguir y sacar del dolor la virtud que nos hace verdaderos sabios.

Desde aquellos hermosos días novembrinos ya empezaban a escucharse en la radio las canciones y propagandas que desde antaño nos acarician la memoria, como aquella de la radio y ahora en Tv: «De año nuevo y navidad, Caracol con sus oyentes…» Y ayer como hoy, la gente empieza a desempolvar sus adornos navideños guardados en el cuarto de San Alejo o entre el cielo raso, y muchas casas se adornan con cadenetas de pinos y flores de plástico y las lucecitas de colores empiezan a titilar con inocente insistencia hasta el mes de enero. Pues bien, para que diciembre me rinda, yo lo empiezo desde noviembre, y voy a la novena del Cerro Cundí con sus hermosas procesiones y oraciones a la Virgen Milagrosa, y los olores a humos de incienso, bija y orégano silvestre se mezclan con aquellos anaranjados arreboles novembrinos que llevo en la memoria como repujados sobre piedra.

Por fin, y como por una inexorable ley de fin de año, justo el primero de diciembre se mete «la brisa Loca», que es un fenómeno local donde los vientos Alisios del nordeste, procedentes del Mar Caribe, y desde los empinados acantilados de Cinto y Playa Brava se cuelan entre los cerros y se comprimen y se refuerzan para salir por los cañones de Naguange y Palangana, y luego reventarse literalmente sobre la llanura y bahía de Santa Marta y Gaira. Ya en Ciénaga no hay brisas y a Barranquilla y Cartagena llega un tanto más disipada. Pero es ella, la brisa, con todo lo incómoda y repelente que a veces nos resulte, lo que le da el sabor a nuestro diciembre, y aún a enero y luego al Carnaval. “Diciembre sin brisa no es diciembre”, decía mi padre contra mi madre, cuando ésta se quejaba porque la brisa le volvía trizas sus matas. Luego vienen las novenas de la Concepción y empiezan con un tímido brío devocional que va creciendo con su víspera y las canciones alusivas se repiten sin cesar: «Diciembre llegó, llegó, con su ventolera, y la brisa está, está…», pero ya para el 6 o el 7 de diciembre las romerías se apremian en las calles como si ya fuera el 24 o 31, y muchos, sin siquiera advertir el gran significado cristiano que entraña la concepción del Dios mismo del Universo en el vientre de María, una bienaventurada y virginal doncella de Nazaret de Galilea, sin embargo, bailan y cantan sin cesar la canción “Las 4 Fiestas”: «Qué linda la fiesta es, en un 8 de diciembre…» y se tiran a la bartola del mundo como si ya no hubiera más días ni más nada, pues diciembre así lo exige y no hay más tiempo que perder, y las parrandas entonces se extienden a todo el día 8, que por ventura de Dios es feriado.

Después, llega un oasis de calmas que sirven para volver a las diligencias cotidianas, las matrículas de los colegios, las bienvenidas, las noticias nacionales y del mundo, los heridos y muertos, y todo ello salpicado por el ambiente decembrino. “En diciembre todos los días son viernes”, decretan en las tiendas y las esquinas, los bohemios, los sabios, los artistas silvestres y los poetas callejeros. (Pendiente la Segunda Parte).

Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia. Asumiremos que está de acuerdo con esto, pero puede optar por no participar si lo desea. AceptarLeer más