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El Presidente dijo que tenemos “uno de los peores sistemas de salud en el mundo”. Al mismo tiempo, salió un informe de The Economist que muestra, contra la evaluación gubernamental, que los colombianos tenemos el sexto mejor sistema de salud en el mundo con calificación de 87 sobre 100. La noticia pasó por debajo de los radares de medios y redes dedicados a desprestigiarlo sin razones sólidas, ni comparaciones que lleven a la conclusión de que estamos maltratados o desatendidos. La crítica es anecdótica, no sistemática como se debe a un servicio público. Que los vigilantes de las compañías de seguridad privada no gestionen las citas de los pacientes, ni averigüen por su historia clínica, por supuesto. Que las citas sean más cercanas en el tiempo a la solicitud, claro que sí. Que la atención telefónica en salud mejore, sin duda, como deberían las de celulares, seguros, bancos, televisión, Avianca, Ica o DIAN. Que los medicamentos se entreguen de manera expedita, vaya y venga. Pero no hay que olvidar de dónde venimos: de los paseos de la muerte donde moría el pobre paisano después de recorrer media docena de servicios de urgencias; de una cobertura donde 6 de cada 10 enfermos carecían de acceso al servicio; de una economía sanitaria sin los medicamentos requeridos; de unas cirugías elitistas para procedimientos complejos como transplantes o injertos; de negación a los más pobres de laparoscopias, ecografías, resonancias y tamices; de desprecio hacia los cuadros naturales de sanidad de niños y viejos; en fin, de un sistema público que hacía que menos de la mitad de los colombianos fueran sujetos del sistema de salud y de esos solo la mitad fueran atendidos razonablemente.
El sistema de salud nos cuesta mucho, pero da mucho. Se ha vuelto incluyente, igualitario y amplio en sus prestaciones básicas. Hasta planificación familiar incluye y los embarazos de adolescentes han caído. Se dabate incluso si los procedimientos estéticos y dietéticos deberían hacer parte del POS. La esperanza de vida se ha disparado para mujeres y hombres, la mortalidad infantil se ha reducido y el sistema respondió bien a la pandemia. El papel del sector privado y de la comunidad médica y de salud ha sido crucial. En manos del Seguro Social, !estaríamos todos muertos!
Si una cosa funciona, úsela. Si una cosa funciona, no la arregle; hágale mantenimiento; búsquele nuevas posibilidades. No acabemos con un sistema que el mundo reconoce como bueno y que ahora corre el peligro de regresar al oscuro pasado de la exclusión por prurito político.
También se conoció el Informe de Posición de la Comisión Global de Política de Drogas de la que hacen parte dos expresidentes colombianos, Gaviria y Santos, reconocidos defensores de nuevos enfoques en el tratamientos de la producción, consumo y sanidad de las drogas. Subraya que el consumo en el país es bajo: el 10% de la población entre 12 y 65 años dice haber probado alguna vez la marihuana y el 2% la cocaína. Esa bajísima incidencia debe mantenerse y disminuirse usando nuestro sistema de salud. La prevención ha demostrado ser uno de sus fuertes. Lubricarlo para esta nueva responsabilidad de impedir que tengamos más adictos, iría de la mano de la iniciativa de Petro de revisar la Guerra contra las Drogas en toda la cadena, incluyendo el pingüe lucro que la prohibición irradia sobre nuestra violencia con más de 1.200 homicidios mensuales, después de haberlos reducido a menos de 1.000 con la Paz de 2016.
Intentar la Paz Total está bien. Requerirá mezclar fuerza con gran confianza en la evolución positiva de la condición humana. Pero podría colateralmente aumentar el consumo local de drogas.
Para la Paz Total tenemos una buena Fuerza Pública y algo de Poder Judicial. Para la atención y prevención de la drogadicción tenemos sistemas de salud y educación idóneos. Para ser potencia de la vida, seámoslo del tratamiento y prevención del uso de las drogas.
*Exministro de Estado