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Desde hace un tiempo sigo muy de cerca la implacable persecución a la Iglesia en Nicaragua, por parte del gobierno de Daniel Ortega. Lo que observo, adolorida en la distancia, me ha dado la perspectiva para comprender que el intento de incendio de la Catedral Primada no es un hecho aislado, es parte de un libreto internacional que busca minar los cimientos de lo que nos une, de lo que nos cohesiona, de lo que aún se considera institucional. En Colombia, la película de la persecución religiosa apenas comienza. Entre más sólo se sienta el feligrés, entre más logren aislarlo de su comunidad espiritual, se vuelve más vulnerable y temeroso ante lo que podría convertirse en un temido gobierno populista.
El horizonte parecería muy oscuro, pero no lo es. En los planes estratégicos de la izquierda internacional han subestimado la profundidad de las raíces espirituales del pueblo colombiano. Están tejidas, entrelazadas y fortalecidas bajo la tierra de la memoria y han sido regadas con el sufrimiento de millones de víctimas que encontraron su único consuelo y esperanza en la Iglesia. A ella le deben su osado espíritu de supervivencia. Tras la elogiada cultura resiliente de este pueblo, está la fe. Se equivocan al provocar con ofensas y terrorismo urbano a los creyentes. Es una Iglesia mucho más fuerte de lo que se imaginan y no me refiero sólo a los jerarcas, algunos de los cuales se perciben tibios y complacientes, sino a los creyentes rasos que ante los ataques saben hacerse uno.
Los estrategas de la anarquía destructora deberían estudiar, por ejemplo, los efectos del contagio espiritual que producen el evangelio y la oración. Pronto surgirá en Colombia un Monseñor Silvio Báez, el obispo nicaragüense exiliado en Miami por persecución de Ortega, para que se propague la “resistencia misericordiosa”.
Desde el punto de vista científico, un observador social comprendería con facilidad que, en la religión católica, entre otras, está la semilla de la reconciliación. En el corazón, en las entrañas mismas de toda familia que tuvo su origen en el campo, subyacen unas profundas creencias que comparten con «sus enemigos». Bastaría despertarlas para iniciar el camino del encuentro. Es una torpeza monumental pretender graduar a los católicos de enemigos, como estrategia política. Se producirá el efecto búmeran.
Esta estrategia cabe dentro de lo que Antonio Sola, director de la Fundación «Liderar con sentido común», ha denominado los tres síntomas del fin de la civilización, tal como la conocemos. Uno de ellos es, precisamente, «la detonación de las 5 grandes religiones, de los principios y valores que han sustentado las civilizaciones en su conjunto». Según él, le conviene especialmente a la izquierda la derrota de esos principios y valores. «Sustentada en el pragmatismo total, alentado por la anarquía que se vive en las redes sociales, llegando al extremo del fanatismo sin rostro que vierte lejía sobre la virgen de Jaén en procesión o intenta quemar la catedral primada de Bogotá. Se pretende el fin de la intermediación de las grandes instituciones religiosas».
Esas pobres mujeres enfurecidas y agazapadas tras sus capuchas, intentando prender fuego a la puerta de madera de la Catedral, sólo reflejan con su agresión su profunda orfandad y miedo. Su «libertad» para el ataque sólo encubre la dependencia de oscuros y ocultos intereses internacionales.
*Periodista*Defensora de DD.HH.