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Las encuestas son un método que, con base en interrogatorios a los interesados, pronostica unos resultados futuros. Los encuestadores les atribuyen un margen de error que, usualmente, es ampliamente superado por el resultado real. El 23 de junio de 2016 se preguntó en un referéndum a los ciudadanos del Reino Unido sobre la permanencia o no del país en la Unión Europea (brexit). Las encuestas daban una victoria abrumadora del sí a permanecer, pero el 52% votó por el no, y David Cameron, primer ministro, tuvo que hacer maletas y dejar el gobierno. Meses más tarde, el 2 de octubre de 2016, se preguntó a los colombianos si aprobaban el acuerdo con las Farc. Las encuestas daban una victoria del sí por un mínimo del 55% (una de Napoleón Franco dio el 70%) pero, no obstante lo tendencioso de la pregunta -“¿Apoya el acuerdo final para la terminación del conflicto y construcción de una paz estable y duradera?”- el no ganó con el 50,21% de los votos. Santos no renunció sino que, con un Congreso enmermelado hasta las cachas y una Corte Constitucional cómplice, ignoraron el resultado y aprobaron el acuerdo.
En vísperas de elecciones las encuestas pululan por doquier. No pretendo hacer pronósticos pero, como esta será mi última columna antes de las elecciones, quiero recordar algunos resultados generalizados. La aprobación de Santos no llega al 20%, un resultado francamente deplorable. El país no aprueba su gestión que, en estos días, se ve aún más oscurecida por los ataques del terrorista Eln contra la infraestructura y la población inerme y asesinatos de soldados por francotiradores, sin que la reacción de las Fuerzas Armadas, reblandecidas por el acuartelamiento luego del acuerdo del Colón, sea contundente. La corrupción de altos funcionarios del gobierno aflora por doquier (Reficar, Odebrecht, los carteles de la salud para mencionar algunos casos). Tampoco ayuda la situación económica que nos tiene al borde de la descalificación. Nada apunta a una mejoría. Los candidatos hacen lo posible por alejarse de cualquier vínculo con el gobierno.
Si por la presidencia llueve por el Congreso no escampa. Solamente el 12% de los encuestados tiene una imagen favorable de esa entidad. No ignoran la actitud de los parlamentarios entregados a la mermelada, usando las mayorías gobiernistas como aplanadora para aumentar impuestos y financiar así lo que llaman el posconflicto. Hay varios congresistas electores del presidente -todo se enlaza- pasando una temporada en la cárcel. La gente pone en un solo paquete a todos los parlamentarios aunque no todos -el Centro Democrático y algunos independientes- estén metidos en tan lamentable ejercicio de la política.
Y claro, la opinión sobre los partidos políticos es aún peor: casi el 90% tiene una opinión desfavorable de los mismos. Aquí la pregunta de los encuestadores no da la posibilidad de distinguir: los “partidos políticos” es un concepto general que incluye, por ejemplo, al Polo y al Centro Democráticos, tan distantes entre sí en ideas y comportamiento como la tierra del cielo. Fueron los partidos gobiernistas los que se prestaron para las maniobras de Santos. La “U”, dirigida por tan caracterizados personajes como Roy Barreras y Armando Benedetti, será el gran perdedor en las elecciones, pero es posible que el partido conservador, que aún no ha decidido a quien apoya, y el liberal, cuyo candidato Humberto De la Calle está en los últimos lugares de intención de voto, también pierdan curules el próximo 11 de marzo.
La elección de Parlamento influirá en la presidencial. Elijamos un Congreso de derecha que nos evite una “venezuelización” desastrosa.
Abogado