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Por
AMYLKAR D. ACOSTA M.*
Los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial mandaron un mensaje contundente: el cambio es ahora. Las palabras de Fabio Valencia Cossio cuando se posesionó como Presidente del Congreso de la República fueron premonitorias: “o cambiamos o nos cambian”. Y como no cambiaron los cambiaron. El resultado fue arrasador. El 68.5% de los ciudadanos votaron por el cambio y en contra del continuismo, votó contra la corrupción, contra la politiquería, contra las falsas promesas, por un giro que permita el cierre de las enormes brechas sociales que exhibe el país, por la inclusión y la cohesión social.
En ello han influido de manera determinante los altos niveles de desempleo y de la informalidad laboral, amén de los aberrantes niveles de pobreza y desigualdad, los cuales se vieron exacerbados a raíz de la crisis pandémica, en la cual los más vulnerables han llevado la peor parte. Por ello, como lo afirmó el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, refiriéndose a las movilizaciones sociales de Chile y Colombia en 2019 “la sorpresa fue que el malestar tardara tanto en manifestarse”.
Según el más reciente informe de la OCDE, Colombia al lado de Chile y ello no es coincidencia, hacen parte del grupo de países en los cuales los ciudadanos más dudan y ponen en tela de juicio a sus gobiernos. En Colombia, particularmente, cayó la confianza frente al Gobierno entre el 2007 y el 2020 del 51% al 37%. Es más, el apoyo a la democracia en la región descendió desde 2016, pero tuvo una ligera recuperación a partir de 2018, excepto en dos países, Ecuador y Colombia.
Por ello, no ha causado extrañeza lo acaecido, ya se presentía y se auguraba. Las diferentes encuestas reflejaban la creciente y abrumadora aversión por las malas prácticas de la política, el desprestigio de la política y los políticos, debido en gran medida al adocenamiento doctrinario de los partidos políticos y a la degradación de los mismos. Y lo más grave es que tal deterioro y menoscabo terminó por contagiar a las propias instituciones democráticas, llevándose por delante al Congreso de la República, a la Justicia y al poder ejecutivo.
No lo entendieron así los gremios empresariales que en vísperas de la primera vuelta se manifestaron contrarios a “un cambio de modelo económico de Colombia” que ellos estiman exitoso, ello les “suena osado” y temen que el próximo gobierno se atreva a “modificar normas que por décadas han guiado la economía del país”. Esta es una tremenda equivocación por parte de quienes, como diría el Nobel de literatura Octavio Paz, están “a las afueras de la realidad”. Lo dijo con toda claridad la Secretaria ejecutiva de la Cepal Alicia Bárcena, “salir de la crisis requiere un cambio radical en los modelos de desarrollo. Una nueva estrategia de crecimiento y desarrollo”. En ello coincide Fedesarrollo, cuando plantea la “necesidad de reformular nuestra estrategia de crecimiento y adoptar un modelo menos basado en la industria extractiva”. No hay que olvidar que las palabras que no van seguidas de los hechos, además de defraudar al elector, son asesinas de los ideales.
Y ese cambio de modelo sin “modificar normas que por décadas han guiado la economía del país” con pésimos resultados. El próximo gobierno deberá tomar en serio la necesidad de diversificar la economía y reducir paulatinamente la dependencia de la actividad extractiva y así asegurar un mayor y más sostenible crecimiento de la economía. Como lo afirmó Albert Einstein: “no podemos resolver los problemas de la misma manera que los creamos”.
Lo que está en juego en la segunda vuelta no es si le apostamos al cambio o no sino a qué cambio apostarle. Eso sí a lo que aspiran las mayorías colombianas es a un cambio genuino, de verdad, no un cambio lampeduciano en el que todo cambie pero para seguir igual.
*Exministro de Estado.