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Entramos en la curva final en la carrera para las elecciones presidenciales, sin embargo, queda un sabor amargo, pues en esta oportunidad, más que en otras, hemos podido percibir como marchamos hacia la denigración del proceso electoral colombiano. No estamos escogiendo por programas de gobierno, como debería ser en una democracia; la población se inclina más bien por razones emocionales.
Es más, realmente no hemos visto programas coherentes y posibles; se nos presenta una serie de propuestas improvisadas e irrealizables en su mayoría, que no pueden llevarse a cabo mientras Colombia sea un Estado de Derecho, que respeta sus instituciones.
Ambas campañas se equivocan en grado superlativo en aspectos cruciales de lo que llaman sus programas. Para ejemplificar, miremos algunas propuestas: No tiene ningún sentido afirmar, por ejemplo, como lo hace el candidato de la “Liga Anticorrupción”, que tan pronto se llegue al gobierno va a decretar la conmoción interior, para sacar una serie de decretos con fuerza de ley, que pongan en marcha una serie de recortes al despilfarro gubernamental, para combatir la corrupción, hoy en su mayor expresión. Para decretar una emergencia constitucional que le permita legislar al Ejecutivo, se requieren ciertos presupuestos objetivos excepcionales, que no se presentan en ese momento, como la inmediatez y la sorpresa a fin de conjurar los hechos que la motivan; que luego van a ser revisados y calificados por la Corte Constitucional. Improvisar sobre ellos compromete la responsabilidad del Presidente y de todos los Ministros.
También del otro lado, en el “Pacto Histórico”, se escuchan improvisaciones, como por ejemplo, que se piensa intervenir en las decisiones de la Junta Directiva del Banco de la República, su integración y origen de sus miembros, o que se va a acudir a la emisión para financiar proyectos de gobierno; tampoco es del resorte del ejecutivo, que en principio solo cuenta con el voto del Ministro de Hacienda; que además, está diseñada como órgano independiente para definir la política económica y monetaria. A la población no pueden venderle ilusiones que no van a poder cumplirse.
Así podríamos seguir analizando propuestas que hemos escuchado en ambas campañas con relación al IVA, que suponen reformas legales en el Congreso, espacio que no controlan los candidatos y que no pueden aceitar con mermelada, pues irían contra lo que han predicado en sus campañas.
Así quedamos los colombianos en el peor de los escenarios, tener que escoger entre opciones por razones emotivas; lo que ha quedado después de la guerra sucia, la desinformación y el mal aporte que han hecho a las campañas los llamados estrategas: utilizar las redes sociales y a punto de repetición, crear distorsiones de los que son y piensan en verdad los candidatos. Pero, además, con reproches éticos frente ambos candidatos por su pasado y el ejercicio del poder. Mal momento para una democracia, cuando los ciudadanos tienen que escoger entre dos opciones cuestionadas; ¡entre dos males…, el que sea menor!
Esperemos que no todo esté perdido con lo que parece un salto al vacío en cualquiera de los dos sentidos. El liderazgo que requiere Colombia, es para redireccionarnos en la crisis de democracia que estamos viviendo; que no termine por consolidarse hacia el futuro.