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Tres fenómenos marcan el declive del orden internacional actual: el fracaso de los intentos por frenar el calentamiento del planeta, la debilidad de las instituciones sanitarias globales y los tres meses de invasión rusa a Ucrania.
Pese a que el covid-19 mostró a la humanidad la posibilidad de la extinción, apenas se redujo su impacto ocurrió la ocupación genocida que actualiza los totalitarismos nacionalistas.
La fuerza ilegítima del nuevo zar se impone, sin que las medidas de restricción económica de Occidente logren neutralizar los ataques o minar la confianza del invasor. La democracia se muestra lenta para reaccionar, como débil la institucionalidad mundial para contener pretensiones imperialistas y antidemocráticas.
Esa falencia del orden global se experimentó en pandemia, cuando se impuso el poder soberano de quienes producían vacunas. La incapacidad de las instituciones internacionales en la materia, condenó a continentes a librarse a su suerte y a naciones a tener que pagar alto precio por acceder a los biológicos que neutralizaran el virus.
Como siempre, el mercado reaccionó más rápidamente, agudizándose la inequidad en el mundo.
Es incierto el panorama para la humanidad en la era de la información. Se aleja de la cohabitación pacífica y prevalece una realidad internacional determinada por las fuerzas económicas y el predominio del más fuerte.
Al interior de los estados ocurre un fenómeno similar, pues se imponen la polarización y la posverdad, con un considerable impacto en ingobernabilidad y debilitamiento de la democracia.
El 29M Colombia se juega una prueba crucial para solucionar en las urnas las contradicciones de una sociedad dividida por la política, que anhela cambios y que debe construir conciencia y propósitos comunes, por sobre la euforia de los extremos y la altisonancia del discurso electoral. En el cubículo corresponderá a la ciudadanía evaluar con sensatez, la coherencia de las opciones y su capacidad de gobernar y de convocar a la sociedad para lograr transformaciones estructurales que le permitan superar la compleja situación económica que impacta al mundo, asegurar el diálogo social y la vigencia de la Constitución.
¡No todo lo que brilla en redes es oro!
Es tiempo de construir una ética cívica y cosmopolita, como la pretendida por Nussbaum y Cortina. Se requiere exigir a los líderes políticos un compromiso efectivo por generar canales de encuentro entre sociedades y promover esquemas de integración regionales, prácticos y efectivos, en temas como el manejo ambiental, el reconocimiento de los derechos humanos, la migración y la efectividad de los derechos sociales para trabajadores en el extranjero.
Construir ciudadanía universal y empatía democrática con los contradictores políticos, son tareas que pese a percibirse inalcanzables, demandan el mayor compromiso de todos.
Entender la política no solo como ejercicio del poder, sino como liderazgo de servicio para gestionar las permanentes crisis de la convivencia, es esencial para superar el miedo y la desconfianza que rondan la sociedad. La institucionalidad democrática es más fuerte que un ungido electoralmente. Aquel es un instrumento con el mandato de realizar la unidad nacional, por lo que los odios y los afectos deben dejarse a un lado, para ejercer la política con grandeza y humildad.
Quien gana en las urnas, se hace fuerte en una democracia por el disenso de quienes pierden. Respeto, reconocimiento de la diferencia y subordinación al derecho son condiciones que, así como en el orden internacional, se reclaman en el Estado para que sea viable la convivencia. Más democracia se necesitará cuando se cierren las urnas en el país y se acallen las armas en el mundo, para dar paso a un nuevo orden.
*Exviceprocurador General de la Nación