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Luego de la firma de los acuerdos con las Farc, superando la etapa de negociaciones, todo apuntaba a que sería menos complicado un pacto para poner fin a las hostilidades del Ejército de Liberación Nacional, ELN, teniendo en cuenta que el camino estaba allanado y que a pesar de los contradictores, el país había entrado en un ambiente de reconciliación, de querer dejar atrás un pasado de violencia.
A ese escenario positivo se sumó la voluntad de las partes y las manifestaciones de esa guerrilla que llevaron a decretar un cese de hostilidades desde el primero de octubre del año anterior hasta el pasado nueve de enero, hecho sin precedentes en el accionar de esa estructura.
Se pensaba que sería más fácil negociar con una organización que en número de militantes es significativamente menor a las Farc. El Gobierno calculaba que en el 2017 el ELN podría estar integrado por unas 1.400 personas, con mayor presencia en los departamentos de Norte de Santander, Chocó, Cauca, Arauca y Nariño.
Los hechos acontecidos en los últimos 20 días muestran a un ELN dispuesto a perpetrar acciones terroristas, recordando episodios que creíamos superados, como el ataque contra una estación de policía en Barranquilla causando la muerte de siete uniformados.
Parece contradictoria esa actuación violenta mientras profesan voluntad de paz y reclaman la instalación del quinto ciclo de negociaciones en Quito, reflejando una división interna en la agrupación. Existe un sector insurgente que quiere dar por terminado el conflicto y otro que trata de demostrar una fortaleza militar que no tiene, poniendo talanqueras a las conversaciones.
El ELN está equivocando el camino para reinsertarse a la vida civil y escogieron el peor momento para ‘mostrar los dientes’ con ataques terroristas. En un año electoral como el que estamos viviendo, lo único que logran es dar argumentos a los detractores del proceso de paz para motivar sus campañas y difícilmente alcanzarán otro período como el actual con la misma voluntad por parte del Gobierno.
La ideología que se pregona como característica de este grupo desde sus inicios no tiene relación con lo que ocurre actualmente y su proceder es torpe políticamente, al no afrontar de manera debida la realidad de un país que se cansó de tanta violencia y de vivir atemorizado por las balas y las bombas.
Con su conducta, el ELN está logrando el repudio de la ciudadanía y desacreditar los acercamientos para un proceso de paz, por el desprecio que causa el doble lenguaje de buscar la reconciliación y hacer la guerra, llegando a ‘pactos’ con otras organizaciones violentas como bandas criminales y disidentes de las FARC.
Los objetivos trazados para las conversaciones con el ELN no se están logrando y los resultados esperados se ven cada vez más lejos, mucho más en esta carrera contra reloj que empezó a correr para el actual gobierno.
ExMagistrado