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“No es con quién naces, sino con quién paces”, dice el Quijote. ¡Y cuánta razón tiene! Una cosa es aprender de alguien y otra ejercer en la soledad lo aprendido.
Es una buena noticia para Colombia, que el presidente Duque haya cenado con dirigentes del partido de los Comunes hoy desarmado, desmovilizado, con sus dirigentes ante la Justicia Especial y dando explicaciones, pidiendo perdones, contando verdades; los 14.000 excombatientes están unos en proyectos productivos, otros con amenzas de muerte, otros haciendo política y, los más, simplemente con sus familias tratando de pasar lo más desapercibidos que sea posible. La reunión, que debió darse desde 2018, puede darle un nuevo impulso a los Acuerdos de Paz de 2016. Aunque quieran convencernos de que se ha avanzado mucho, se perdieron más de dos años y medio en la adecuada implementación, en la tentación de modificar otra vez lo acordado, en los intentos de reforma de la JEP, o simplemente en dar un mensaje claro a los reinsertados en el sentido de que el estado honra sus compromisos, más allá de los gobiernos.
Saben de mi obsesión por la paz. Por lo acordado. Saben lo gratificados que nos sentimos quienes ayudamos a negociar el desarme de la guerrilla más vieja y poderosa de América, al leer que colombianos y extranjeros pueden volver a visitar o a habitar grandes extensiones de territorio nacional otrora en manos de la zozobra y del miedo. Lo tranquilos al saber que hay decenas de miles de armas menos en zonas donde la pólvora había reemplazado el olor de la selva. Satisfechos al observar que después de los acuerdos disminuyeron dramáticamente los soldados y policías muertos o heridos; que los pabellones de atención de los hospitales estaban ahora llenos de pacientes por atención de sus servicios de salud, sobre todo jóvenes, y que los heridos por la minas antipersonal y por los francotiradores eran casos raros. Saber que la comunidad internacional felicitaba a Colombia por sus acuerdos; que el Consejo de Seguridad de la ONU aceptaba ser garante de la implementación porque los acuerdos eran completos y modernos y porque nunca dudó de la palabra del estado colombiano, era un activo que nunca antes habíamos poseído. Fue la Comisión de Verificación de la ONU la que logró que, reuniéndose con Rodrigo Londoño, Duque le reinyectara al acuerdo la legitimidad que le quisieron negar. No es poco, porque la amenaza de hacerlo trizas, estaba allí; la desconfianza de muchos ciudadanos que padecieron las crueldades de las Farc, no había desaparecido; la insatisfacción por la tardanza en los resultados de la JEP erosionaba los acuerdos en medio de los ataques virulentos e irresponsables de Trump y del resto de la extrema, esa que hoy le reclama a Duque haber tenido el coraje de separarse de su influjo y avanzar en la consolidación de la tranquilidad. Esa tranquilidad que permitirá luchar contra las crecientes amenazas remanentes.
Cuánto menor crecimiento de los grupos armados organizados como las disidencias y el clan del golfo; cuántos menores menos en reclutamiento forzado; cuánta menos violencia del narco contra líderes sociales; cuánto menor crecimiento del propio ELN, si los acuerdos de paz se hubiesen desarrollado como estaba previsto! Y no sería Santos el que se habría llevado los laureles, ya los tiene muchos y merecidos, sino Duque quien dos años y medio después de su posesión, tendría para mostrar logros en todos los frentes: descenso en el homicidio, muchas menos masacres, menos incidentes con muertos y heridos de las FFAA y mejores logros en la erradicación de cultivos, amén de que la mesa con el ELN habría fructificado así fuera tímidamente. En la arena internacional Colombia sería un aire fresco, moderno y caminando hacia la paz; no un país que no cumple y que ni se vacuna a tiempo.
“En la tardanza está el peligro”, señala el Quijote a Sancho. Con la reunión, el peligro disminuyó. Desaparecerá si aceleran la implementación.
*ExMinistro de Defensa