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Los cambios y las consecuencias; las dimensiones, alcance y proyección de la pandemia de coronavirus, podría estar marcando el final de una Era y el principio de otra, en la que el tiempo se contaría, incluso, como en el caso del nacimiento de Cristo, como Antes y Después, eventualmente con lo mejor de aquél y, por la dura lección, construyendo todo cuanto de positivo sea posible para todos. En el centro de la mudanza, están las relaciones comunitarias. Hoy, entrañan diferencias nunca vividas. El núcleo social, que es la familia, está más cerrado, pero quizás no más unido. Las comunicaciones no llenan esa práctica; nada sustituye al ejercicio dialógico ni al contacto directos. Otro ámbito que ya cambió, es el laboral. Por la necesidad de quedarse en casa, millones trabajan en ella.
Cuando la amenaza pase, las empresas se darán cuenta de que pueden mantener el status de home office y abatir costos de operación. Sólo requerirían de la presencia en sus instalaciones de operarios que hagan labores físicas. El capitalismo se revigorizará, contra la idea de que está en sus últimos estertores. Por la inercia de la desmovilización, derivada de la pandemia, los sistemas educativos también están cambiando. La instrucción se puede recibir en línea. La experiencia podría universalizarse y provocar un ajuste adicional y permanente en los vínculos del género humano. La forma de percibir el mundo en muchas vertientes, dará un vuelco. El Hombre será distinto. Muchos sistemas y subsistemas dejarán su lugar a otros. Lo deseable es que sean mejores. En ese sentido, uno de la mayor importancia que hay que revisar, es el del poder político, sobre el que se abren muchos interrogantes a partir de la actuación de una buena cantidad de gobernantes de todo el mundo frente al Covid-19.
Ellos, con certeza, tratarán de mantener y reafirmar su posición. Pero las sociedades, dada su observación del papel que están desempeñado, sabrán qué, cómo, cuándo y cuánto han hecho o hacen mirando a salvaguardarlas. De su lamentable actuación, salvo contadas excepciones, deberán pugnar por una indispensable reestructuración del Estado, el gobierno, la administración, las representaciones populares, los liderazgos. Mas, ésta no será un producto natural de la pandemia. Tendrá que ser obra de los ciudadanos. Para llevar a cabo esa inaplazable metamorfosis, hay razones de sobra. Basta recordar que, en la mayoría de las naciones, históricamente, los políticos han soslayado su primera obligación político-ética, que es procurar el mayor bienestar posible a sus pueblos.
En vez de eso, se han apropiado de cuantos bienes públicos tienen a su alcance, en un proceso de despojo continuo y no pocas veces de esclavización de quienes los han encumbrado. Con el poder económico que consiguen en el ejercicio del poder político, se vuelven arrogantes, deciden a su arbitrio y/o conveniencia, disponen del erario con la mayor discrecionalidad, no rinden cuentas a nadie y hunden a sus gobernados en la miseria, la desesperación y la desesperanza. No es casualidad que ahora muchos sistemas de salud por doquier, que estaban en ruinas, hayan colapsado o serán insuficientes frente al azote que sufrimos. Para que la política se realice sobre los ideales de la Antigüedad, en los que esencialmente se debe buscar el bien común, la sociedad mundial necesita conciencia para cambiar todas las instancias de poder.
Pocos gobiernos y gobernantes se librarán del desastroso balance de la pandemia por su costos en vidas, desempleo y pobreza. Habrá que esperar a que concluya su ciclo de consecuencias y se amortigüen los malos instintos de quienes la aprovechan en el presente y querrían retomarla en un futuro para alimentar el ansia de sus intereses, de sus prejuicios ideológicos y/o juicios equivocados.
* Internacionalista