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Los sacerdotes samarios vienen cumpliendo al pie de la letra las normas establecidas por la Diócesis, mientras que pasa la emergencia del Covid-19. Ellos siguen orando por toda la humanidad.
Por
JOSÉ
ANTONIO DÍAZ
En la situación real y dramática que estamos viviendo quiero compartir este mensaje motivado por las palabras de un amigo sacerdote de España.
La pandemia que actualmente sufrimos me ha hecho reflexionar sobre un testimonio de fe del año 253 d. C. acerca de cómo los primeros cristianos afrontaron una gran plaga de peste que diezmó la ciudad de Alejandría. Así cuenta Dionisio, el obispo de aquella ciudad:
«Muchos de nuestros hermanos, por exceso de amor y de afecto fraterno, olvidándose de sí mismos y unidos unos con otros, despreocupados de los peligros, visitaban a los enfermos, les atendían en todas sus necesidades, los cuidaban en Cristo y hasta morían alegres con ellos (…) los mejores de nuestros hermanos se fueron de la vida de este modo, presbíteros —algunos—, diáconos y laicos, todos muy alabados, ya que este género de muerte, por la mucha piedad y fe robusta que entraña, en nada parece ser inferior al martirio (…)Pero, entre los paganos fue al contrario: incluso apartaban a los que empezaban a enfermar y rehuían hasta a los más queridos, y arrojaban a moribundos a las calles y cadáveres insepultos a la basura, intentando evitar el contagio y la compañía de la muerte, pero no importaba lo que hicieran: no pudieron escapar» (en san Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VII, 22.7-10; BAC 612, 470-471).
Aclaro, no traigo a la memoria esta noticia para invitar a actitudes privadas de sentido común o a decisiones incívicas y desobedientes, que no respetan las normas de nuestras autoridades.
Los primeros cristianos se identificaban precisamente por ser buenos ciudadanos incluso cuando el Imperio los perseguía (cf. Rm 13,1). En estos tiempos turbulentos, los creyentes debemos ser testigos de responsabilidad, minimizando las oportunidades de ser causa de contagio para nuestros vecinos.
De ahí, la importancia de atender, en razón del bien común, las orientaciones emanadas por nuestro Obispo, que tiene en cuenta las disposiciones del Gobierno Nacional y las autoridades locales.
No obstante, el relato de Dionisio de Alejandría nos ayuda a reflexionar sobre lo que está pasando. Junto a la pandemia del coronavirus se está extendiendo otra pandemia invisible que nos hace daño: la angustia y el sin sentido.
Nuestros hermanos de la primera hora del Cristianismo alejandrino nos enseñan que la fe en Cristo resucitado debe ser más valerosa que el miedo que se extiende en nuestra sociedad y que el amor por nuestros prójimos, especialmente por los más débiles y vulnerables, debe ser más fuerte que ciertas actitudes pusilánimes, expresión de un posible individualismo insolidario; esto quiere decir que, como creyentes, debemos estar cerca de los más necesitados.
En este sentido, el Papa Francisco recordó que la actitud de Dios hacia su pueblo es la de la cercanía: “Nuestro Dios es un Dios cercano”, afirmó, y recordó que también Él “nos pide que estemos cercanos unos a otros”.
El Santo Padre se expresó así durante la Misa celebrada en Casa Santa Marta este miércoles 18 de marzo. El Pontífice destacó que esa cercanía es todavía más necesaria durante la crisis por la pandemia por el coronavirus, Covid-19.
En esto debemos sentirnos muy agradecidos con los profesionales de la salud que cuidan de nosotros, a pesar de su lógica turbación. A ellos debemos tributarles nuestro reconocimiento y dedicarles nuestra oración ferviente para que sigan realizando el servicio más noble de la condición humana: cuidar de los otros.
Por otra parte, aunque lógicamente necesitamos estar informados, se ve en muchos cierta tendencia a la “infoxicación” (intoxicación de información), a visitar compulsivamente páginas de internet y consumir sin control noticias, lo que más que ayudarnos, potencia el miedo de muchos. Frente a ello, la cuaresma nos invita orar más, dedicar tiempo a la contemplación del misterio de la pasión del Señor y a la súplica ferviente por nuestros hermanos, especialmente por los que están enfermos y por los que se dedican a cuidarlos.
Para concluir, se cuenta que muchos paganos se bautizaron en Alejandría tras aquella epidemia, contemplando emocionados tantos actos gratuitos de amor por parte de sus vecinos cristianos.
Ojalá que también en los tiempos del coronavirus la fe de los cristianos de la Diócesis de Santa Marta resplandezca por la belleza de nuestra confianza en el Señor de la vida.* Canciller Diócesis de Santa Marta.