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El miedo de parir entre las rejas de una cárcel

 “Ser madre gestante acá en la cárcel es muy difícil por las condiciones en las que vivimos. Porque no está uno con el apoyo emocional de la familia, por la alimentación, porque se nos limitan muchas cosas. Pero por otro lado nos dan la oportunidad de estar en un espacio adecuado dentro de lo que cabe”.

Así, Wendy, una reclusa de 36 años que fue condenada a 14 años de cárcel (de los cuales ha cumplido seis años), resume la experiencia de estar embarazada mientras está privada de la libertad.

Su historia la cuenta sentada en una mesa del patio siete del complejo carcelario y penitenciario de Pedregal, ubicado en el corregimiento de San Cristóbal, en Medellín. Esta estructura carcelaria, que empezó a funcionar en julio de 2010 y que cuenta con un pabellón para hombres y uno para mujeres, cuenta con una capacidad de 2,542 personas.

Sin embargo, la estructura de este penal, como la de la mayoría en el país, se ha visto desbordada por el hacinamiento. De acuerdo con datos del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), la cifra de hacinamiento a diciembre de 2019 era de 50,8 %.

Las celdas se encuentran en el primer piso de uno de los bloques que componen el pabellón de mujeres. Para llegar hasta allí se deben atravesar corredores que tienen poca o nula iluminación y bajar por escaleras donde hay que cuidar cada paso.

En el patio siete hay 16 celdas, donde viven las mujeres en embarazo y las madres con sus hijos (cada niño tiene su propio espacio). A diferencia de otros patios, en este, las celdas en las que se encuentran las embarazadas pueden permanecer abiertas, si así lo considera el médico por cuestiones de salud.

También permanecen abiertas las que son para niños. En Pedregal hay, en estos momentos, cuatro menores de edad que conviven con sus madres. Aunque al momento de esta visita no hay ninguno (salieron para pasar las fiestas fuera de la cárcel), su presencia se mantiene. Celdas con cortinas rosadas, fotografías, juguetes y otros enseres, así como ropa diminuta revelan que, entre rejas, también sobrevive la niñez.

Fuera de las celdas desocupadas se encuentran Jenny y Wendy, dos mujeres que se encuentran en avanzado estado de embarazo (ocho y siete meses, respectivamente), que hablan con EL COLOMBIANO sobre cómo ha sido su vida en los últimos meses. Desde hace seis años, Jenny (36) se encuentra en la cárcel, pagando una pena de 14 años, y Wendy (24) lleva tres años, la mitad de su condena.

Ambas prefiere no decir qué cuáles fueron los delitos que cometieron y por qué terminaron en una cárcel. Relatan, más bien, las dificultades, pero también el lado “amable” de estar en embarazo.

Resaltan, por ejemplo, la atención médica que han recibido y añaden, con cierta ironía, que es mejor de lo que esperaban o, al menos, mejor a como era antes de quedar en embarazo. Y dicen que es una ventaja encontrarse en una de las 16 celdas del patio.

Adicional a esto, las madres que están presas, al igual que las otras mujeres que son reclusas, tienen la opción de trabajar en distintos espacios de la cárcel, pues además de su función punitiva, hay, en las instituciones colombianas, la misión de resocializar a la población carcelaria.

Así, además de estar con sus hijos mientras cumplen tres años de edad, también trabajan en los espacios dispuestos para tal fin. Lo hacen en las fábricas textiles que hay dentro del centro penitenciario: una de ropa de cama (sábanas, cobijas, entre otros productos) y otra, dedicada a la confección de jeans.

Sin embargo, hay críticas, las principales son la alimentación y el trato de alguna de las guardianas.

“La alimentación no es la mejor. Es muy difícil uno salir a una remisión y estar todo el día allá (habiendo comido) un solo pan y un juguito. O uno lleva mucho rato sin comer comida de sal, como nos ha pasado a nosotras dos porque nos da muy duro recibir la comida de la cárcel, con solo verla que en un tiempo vino destapada y en canecas, con moscos o dañada”, cuenta Jenny.

Y agregan que hay una estigmatización desde las mismas guardianas, quienes “están muy apegadas a sus reglas”, que, además de no permitir que tengan acceso a una alimentación de calidad, hacen comentarios despectivos que “nos han hecho sentir muy mal”, apunta Wendy.

Sin embargo, lo más difícil de ser madre gestante mientras está privada de la libertad lo condensa Jenny, quien decidió en una suerte de juego de palabras llamar a su hijo Salvador, en pocas palabras. Estar presa es “no poder disfrutar de mi embarazo”.

Cuidar niños en la cárcel

Pedregal no se aleja mucho del imaginario de lo que es un centro penitenciario. Varios bloques de concreto (pabellón de hombres, pabellón de mujeres y pabellón de mínima seguridad), interiores fríos y oscuros, filtros de seguridad para poder ingresar y guardias que recorren de un lado a otro los más de 4.000 metros cuadrados que requiere este establecimiento.

Pero llama la atención que, en los alrededores de los bloques hay jardines que son cuidados y que le agregan algo de color al espacio.

En estas zonas comunes, y a una distancia prudencial de los edificios donde vive la población reclusa, se encuentra el centro de desarrollo infantil Entre Sueños, donde los cuatro niños que viven en la cárcel son cuidados en la semana.

Diana Ocampo, instructora del Inpec y coordinadora desde 2017 del centro, explica de manera sencilla, mientras camina por las cuatro habitaciones de la guardería (incluyendo una en la que hay cunas), cuál es la intención de este espacio: durante los tres años en los que conviven en la cárcel, se intenta alejar la idea de que se encuentran en una cárcel (así los niños no sean conscientes de esto).

Mientras cumplen los tres años, momento en el que son enviados con sus familias fuera de la cárcel o si es el caso pasan al cuidado del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), pasan sus días allí.

El centro funciona desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde y parte de la rutina que se vive allí gira en torno a la alimentación. Desayunan, comen la media mañana, luego almuerzan y acaban la jornada con el algo.

Entre una y otra comida, reciben estímulos pedagógicos. Quienes trabajan allí (Diana, una profesora y 3 reclusas) se cuidan de que los niños, que apenas empiezan a reconocer el mundo, no escuchen “lenguaje carcelario”. Así, por ejemplo, las celdas no son celdas, sino cuartos.

Maternidad en las cárceles

En Pedregal, el pabellón de mujeres puede albergar a 1.254 personas, pero, en estos momentos, hay 1.461 mujeres, es decir, supera su propia capacidad en el 16,51 %.

Y aunque la sobrepoblación en el pabellón de hombres es mayor, la situación de las mujeres cuenta con una particularidad. La Corte Constitucional declaró como sujetos de especial protección a las mujeres privadas de la libertad. Esta consideración se ha fundamentado en el país desde hace varios años.

Por ejemplo, en 2004, la Defensoría del Pueblo detalló aspectos que son un reto particular para las mujeres que se encuentran presas: “El hacinamiento, las graves deficiencias en el tratamiento carcelario, la ausencia de atención a la familia, la sexualidad y la visita íntima y las sanciones disciplinarias de las que son destinatarias”.

Más de una década y media después, estos siguen siendo problemas que deben afrontar en su día a día. Por ejemplo, en julio de 2018, el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos realizó en el Congreso una audiencia pública para visibilizar la situación de los derechos sexuales y reproductivos en las cárceles, haciendo énfasis, entre otros, en el embarazo y en el ejercicio de la maternidad.

Entre otras cosas, criticó múltiples “arbitrariedades” durante los embarazos, como la falta de atención oportuna y los riesgos de la salud, tanto en las madres como en los recién nacidos, pues “las dietas que les asignan a los niños y a las madres cuentan con menor gramaje que el óptimo necesario”.

Estas denuncias se traducen en la urgencia de atender a una población que, de acuerdo con el Inpec, a corte del 30 de noviembre de 2019, se concentraba en ocho centros penitenciarios: el Buen Pastor (Bogotá), la cárcel de Jamundí, la cárcel de mujeres de Popayán (Cauca), la cárcel de mujeres de Bucaramanga, el complejo carcelario de Cúcuta, la cárcel de mujeres de Coiba y la cárcel de mujeres de Pereira.

En total, son 60 mujeres las que, a la fecha, están en estado de embarazo tras las rejas. Además, en estas instituciones hay 68 niños que conviven con sus madres.

La respuesta de la cárcel

Germán González, director del complejo carcelario y penitenciario de Pedregal, reconoció que, en efecto, hay dificultades en la atención a la población materna de la cárcel que dirige.

“El problema que más se nos presenta es el de la falta de profesionales para conformar grupos interdisciplinarios dentro del establecimiento. Necesitamos más recursos para poderles brindar soluciones a las necesidades de ellas, pues a veces no tenemos suficiente personal”, señala González cuando es cuestionado sobre los retos y tareas urgentes que hay en atender a población gestante y a menores de edad en una cárcel.

Inmediatamente después, y sentado en su escritorio en medio de su oficina, en el primer piso del edificio donde se encuentran recluidos los hombres, resalta la existencia del centro Entre Sueños.

González, además afirma que este se ha convertido en un espacio adecuado para que las mujeres puedan convivir de una manera más adecuada con sus hijos. Un planteamiento apoyado por Diana Ocampo, quien señala que este centro permite un fortalecimiento en la relación entre madre e hijos, además de un acompañamiento constante y completo.

Sin embargo, en Colombia, por todas las dificultades y carencias que hay, ser madre en una cárcel sigue siendo un reto, más allá del reto que representa parir estando tras las rejas.

Medellín  (El Colombiano). 

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