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Los sucesos desencadenados durante las últimas semanas, por las movilizaciones masivas y los hechos de vandalismo y violencia, tomaron a casi todo el mundo por sorpresa. La variedad de reacciones contribuye a esclarecer aspectos del problema.
Para la muestra un botón: Algunos políticos tradicionales con añoranzas de juventud y corresponsables, desde su paso por los diferentes escenarios de poder, de las situaciones que condenan con vehemencia, se rasgan hoy las vestiduras al promover las movilizaciones. Como nostálgicos revolucionarios de antaño inflaman los ánimos y, con el dedo acusador, culpan al gobierno actual de todos los males.
La gente se pregunta si mientras en privado aplauden los sucesos recientes ¿Serán conscientes de que la corriente también arrasará con ellos? o ¿Sueñan ingenuamente que esas juventudes, envalentonadas por el contagio emocional, los llevarán en hombros al poder?
En política es lugar común afirmar que «no hay nadie más fácil de engañar que un político en campaña». Pero sí hay un engañador aún más peligroso: el propio ego. Enceguece. Los hace soñar con la caída del gobierno, sin prever que si lo derriban, les caerá encima con todo y sistema democrático incluido. ¿Sabrán lo que desencadenan? ¿Consideran que lo pueden contener? ¿Creen que los respetan quienes acaban de dejar las armas, les endulzan el oído y chocan sus vasos de whisky, mientras los adoctrinan como a adolescentes ebrios con la revolución? ¿Van a cogobernar con ellos cuando accedan al poder? ¿Van a lavarles sus propias culpas? o ¿Serán los primeros en desecharlos como compañeros de viaje?
La soberbia con la que se expresan estos recién desempolvados revolucionarios, la irresponsabilidad con la que contribuyen a debilitar con sofismas nuestros cimientos institucionales, habla más de sus ambiciosos egos que de su inteligencia, bien alejada del interés de las mayorías. Al querer parecer más extremistas que los extremistas, sin discernir entre las transformaciones posibles y lo que no se puede negociar en un Estado de derecho, sólo consiguen dibujar una caricatura de sí mismos.
Quienes siguen enconchados en sesudos análisis, asegurando que no hay ninguna influencia externa, deberían darse un paseíto por youtube para ver métodos de movilización que importamos y que han sido calcados al pie de la letra. El descontento es universal. Sólo que ahora hay canales de expresión al alcance de la mano y genios de la manipulación publicitaria al mando, que persiguen sus propios intereses.
Mientras nuestros líderes de opinión acaban de descubrir que esto nos sucede porque somos «el peor país del mundo» y se dedican a la autoflagelación, pero en cuerpo ajeno, comienzan a estallar estas cargas de profundidad contra la democracia.
*Periodista*Defensora de DD.HH.