HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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Un colombiano entre los 11 muertos por las protestas en Chile

En el centro de Santiago se observa gran presencia de militares y policías. Algunas tiendas -las más pequeñas- abrieron parcialmente sus puertas, pero los grandes locales comerciales, la mayoría de los supermercados y centros comerciales iban a permanecer cerrados o abrir parcialmente.

En un ambiente de gran tensión, bajo resguardo militar y con largas filas para abordar los autobuses o comprar alimentos, los chilenos intentan retomar sus actividades este lunes, en el primer día laboral tras las violentas protestas que dejaron 11 muertos el fin de semana.

El número de fallecidos en estas revueltas sin precedentes desde el retorno a la democracia en 1990, aumentó a once, al sumar las ocho personas que murieron el domingo, en su mayoría en medio de los múltiples saqueos e incendios que estallaron en varios puntos de Santiago.

«La cifra de fallecidos oficiales que tenemos que lamentar en estos últimos dos días es 11», dijo a periodistas Karla Rubilar, intendenta (gobernadora) de la Región Metropolitana.

Por su parte la Cancillería colombiana confirmó que un colombiano hace parte de la lista de los fallecidos este  fin de semana.

Después de un fin de semana de gran violencia, en el que ardieron varias estaciones del metro de Santiago, supermercados, fábricas y diversos locales comerciales, los chilenos enfrentan este lunes bajo estado de emergencia y resguardo militar.

En Santiago, muchos empleadores cancelaron las jornadas de trabajo y las clases estaban suspendidas en prácticamente todos los colegios y universidades.

La falta del metro -eje del transporte público, con unos tres millones de pasajeros por día-, era lo que más se extrañaba en esta ciudad de casi siete millones de habitantes, obligados ahora a hacer largas filas para tomar autobuses o acceder a las pocas estaciones del ferrocarril metropolitano abiertas.

La estación La Moneda, a pocos metros de la casa de gobierno -en pleno centro de Santiago- abrió sus puertas pasadas las 07H00 locales (10H00 GMT), permitiendo el ingreso de decenas de personas que esperaban impacientes poder tomar un tren.

APARENTE CALMA

«La ciudad está en paz y en calma», afirmó a primera hora el jefe militar a cargo de la seguridad, Javier Iturriaga, tras hacer un sobrevuelo por la capital chilena, y en contraposición a la sonada frase que lanzó el presidente Sebastián Piñera la noche del domingo, cuando afirmó: «Estamos en guerra contra un enemigo poderoso».

En el centro de Santiago se observa gran presencia de militares y policías. Algunas tiendas -las más pequeñas- abrieron parcialmente sus puertas, pero los grandes locales comerciales, la mayoría de los supermercados y centros comerciales iban a permanecer cerrados o abrir parcialmente.

En algunos supermercados, las personas hacían largas filas a la espera de que abrieran sus puertas para abastecerse de víveres. En las gasolineras se observaban también enormes hileras de vehículos para cargar combustible.

La violencia de las protestas, que se iniciaron con fuerza el viernes tras el alza en el pasaje del metro pero que después derivaron en un furioso estallido social, tiene a muchos perplejos, con miedo. Pero también expectantes de los cambios que se pueden venir a un modelo económico, al extremo liberal, que ha remarcado las desigualdades.

«Se veía venir esto. El gobierno no ha hecho nada, no era solo el pasaje de metro lo que gatilló esto y terminó en vandalismo. Si el gobierno no hace cosas contundentes, medidas para mejorar los sueldos, la salud, las pensiones», dijo a la AFP Carlos Lucero, de 30 años, vendedor de sándwiches en el céntrico paseo Ahumada.

CHALECOS AMARILLOS

Con dos noches consecutivas de toque de queda tras ser decretado el estado de emergencia en varias ciudades de Chile y cuando cundían los saqueos y pillajes en todo el país, vecinos se organizaron para evitar ataques a sus hogares.

Armados con palos y con los chalecos amarillos que popularizaron manifestantes en Francia, defendieron sus casas pero también supermercados y tiendas de barrio que quedaron en pie y no fueron vandalizados.

«La idea fue organizarnos e identificarnos entre vecinos por eso nos pusimos los chalecos amarillos. Hubo algunos intentos de robo en el sector», dijo Priscila, una vecina de la comuna de Macul (oriente de Santiago) al canal 24 horas.

Los vecinos, en alianza con fuerzas de orden, realizaron rondas de vigilancia junto a policías y militares que les permitieron salir a las calles pese al toque de queda.

Si el detonante del conflicto fue el aumento de la tarifa del metro, las protestas se hicieron eco de otras reivindicaciones en una sociedad que incuba desde hace años descontento con un modelo económico cuyo acceso a la salud y a la educación es prácticamente privado, con una alta desigualdad social, bajas pensiones y alza de los servicios básicos.

LAS PROTESTAS NO CEDEN

Miles de personas coparon la céntrica plaza Italia de Santiago, en la mayor manifestación en este lugar desde el inicio el viernes de unas protestas que no bajan de intensidad y que dejan 11 muertos, cientos de heridos y miles de detenidos.

“Que se vayan los milicos”, gritaban a coro los manifestantes, en abierto desafío a las fuerzas militares y policiales que resguardan en gran número el centro de la capital chilena, bajo estado de emergencia, sin generarse de momento nuevos enfrentamientos.

“Esto no para; esto no para hermano”, afirmó una manifestante a la televisión local, cuando en un ambiente de gran tensión los chilenos abordaban el primer día laboral tras el estallido de las protestas, las más violentas desde el retorno a la democracia en 1990 con el fin de la dictadura de Augusto Pinochet.

El ministro de Salud, Jaime Máñalich, informó de su lado que hay 239 civiles heridos -ocho de ellos en riesgo vital- al cabo de estos días de protestas.

El titular de la cartera de Interior, en tanto, dijo que 50 policías y soldados también resultaron heridos. La Fiscalía informó además de 2.151 detenidos en todo Chile.

En este primer día laboral desde el estallido social, muchos empleadores cancelaron las jornadas de trabajo y las clases estaban suspendidas en prácticamente todos los colegios y universidades.

Las autoridades calcularon en 20.000 los puestos de trabajo afectados por la destrucción y la bolsa de Comercio de Santiago caía en las primeras horas de operaciones más de 4%.

La falta del metro -eje del transporte público, con unos 3 millones de pasajeros por día-, era lo que más se extrañaba en esta ciudad de casi 7 millones de habitantes, obligados a hacer largas filas para tomar autobuses o acceder a las pocas estaciones del ferrocarril metropolitano abiertas.

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