HOY DIARIO DEL MAGDALENA
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El Álvaro Uribe que yo conozco

No puedo decir que crecí al lado del presidente Uribe, pero no exagero al afirmar que su imagen e impronta han estado presentes a lo largo de mi vida. Por razones de cercanía social, el nombre de Álvaro Uribe Vélez no ha sido extraño a mi núcleo familiar: la amistad de mi padre con Uribe es muy añeja y llena de admiración mutua.

Son muchos los aspectos de su personalidad que hacen de Álvaro Uribe Vélez un individuo excepcional. No hay un solo momento de su vida que refleje el más mínimo esguince en materia de honradez, transparencia, consecuencia, pulcritud y coherencia. Quizá sus grandes virtudes sean al tiempo sus mayores problemas: el presidente Uribe es un demócrata a carta cabal y defensor a ultranza del Estado de Derecho y sus instituciones. Con algo de la maldad y el cálculo meticuloso de Santos para todo, lo más seguro es que no estaría en las que está -ad portas de una indagatoria injusta-, pero entonces ya no sería Uribe.

Los políticos, por lo general, justifican su labor profesional escudándose en el amor a la Patria, pero son muy pocos los que sinceramente actúan movidos por aquel sentimiento. Y uno de ellos, sin duda alguna, es el presidente Uribe. No he conocido a un patriota más grande que él: su gran amor es Colombia y la ama sin medidas, a pesar de tantos ataques y señalamientos infundados. A veces me canso y aburro de todo lo que implica pelear por la Patria y, cuando siento que de nada sirve arar en un desierto de incomprensiones y virulentos montajes, basta ver al “CEO» como cariñosamente lo llamo, erguido con la frente en alto, echando un discurso o dando una entrevista, para que la moral se suba y el alma se hinche de honor y compromiso por un país que está a medio construir.

A todos los asuntos que pasan por sus manos o por su conocimiento les asigna la misma importancia. Nada es intrascendental para él: desde la enfermedad de un amigo suyo, hasta los temas más gruesos de la política. “Más ‘Power People’ y menos ‘Power Point’”. Con esa frase acostumbra resumirles a sus interlocutores su forma de hacer política. Es un dirigente que permanece cerca de la gente, oyendo sus necesidades, explorando de la mano de la comunidad las posibles soluciones a sus carencias. Se lo he oído decir muchas veces: “Yo estoy en campaña permanente”. Y ese sacrificio, que le ha costado alejarse de su esposa, de sus hijos y nietos, lo hace pensando en el país y no en él, ni mucho menos en alimentar su ego, porque jamás ha sido un hombre vanidoso o banal. En muchos de nuestros encuentros logro arrancarle una sonrisa con una de mis habituales bromas, pero de inmediato regresa al tema recurrente y obsesivamente más importante de su existencia: Colombia.

Álvaro Uribe Vélez, cuyo nombre quedó inscrito en el libro de la historia universal, el político que ya ocupó la más alta dignidad de nuestra República, no ha querido pasar a disfrutar del merecido retiro, porque en su ser habita el sentido de la responsabilidad hacia el país, al que considera que le debe mucho. Así lo diga en algunos reportajes, mucho me temo que jamás veremos a Uribe apartado de la vida pública. Aun cuando tome la decisión de alejarse de los asuntos electorales, su voz continuará oyéndose; su consejo será buscado por quienes aspiren a dirigir los destinos de la Patria y, por supuesto, sus ideas estarán más vigentes que nunca.

Con el presidente Álvaro Uribe, no son pocas las veces que me ha ocurrido algo bastante singular: ante alguna idea, planteamiento o decisión suya, en primera instancia he estado en desacuerdo y así lo he expresado públicamente, porque en algo me parezco a él: lo que pienso y digo en privado, puedo repetirlo en público y ante quien sea menester. También me he molestado con el hombre, pero el paso del tiempo, en todas las oportunidades, me ha demostrado que el equivocado he sido yo, y no él. El olfato político y la visión de Uribe son superiores a las de cualquier otra persona que conozca. Como se dice coloquialmente, cuando uno está yendo, Uribe ya está de regreso.

Dicen los sabios del marketing político que el requisito sine qua non para emprender una campaña es tener ganas y corazón. Y Uribe siempre las tiene. A todas las batallas electorales a las que se suma, les imprime un entusiasmo y convicción envidiables, las cuales normalmente se ven reflejadas en el éxito de las mismas. Con ocasión del plebiscito del año 2016, nadie daba un peso por la victoria del NO, opción que él promovía. No fueron pocos los que señalaron que la posición política suya no dejaba de ser cándida. Pero si alguien le tiene tomado el pulso a la opinión pública nacional -el “Power People”-, ese es Álvaro Uribe Vélez: con un megáfono, el apoyo de muy pocos medios de comunicación, haciendo uso de su cuenta de Twitter y, contra todos los pronósticos estadísticos, Uribe se impuso.

Ahora, que se avecina la que tal vez sea la batalla más importante de su vida, a quienes creemos en él nos corresponde estar a la altura de las circunstancias. Hay que rodearlo y luchar junto a ese titán que la naturaleza tuvo a bien engendrar en estas tierras sin esperanza. Máxime cuando se trata de un infame montaje de la izquierda radical, que no le perdonará nunca a Uribe que haya sido el “muro de contención” que sigue evitando que el cáncer del socialismo se tome el poder y acabe con todo. Sus malquerientes, en venganza, han empleado los métodos más ruines y deleznables para acabar moral y físicamente con el presidente Uribe, mezclando todas las formas de lucha a las que están habituados.

No escribo esta columna como abogado penalista, que tiene claro que en el proceso que se adelanta en la Corte Suprema, no hay una sola prueba que ponga en duda la inocencia del exmandatario, sino como amigo que lo conoce y que lo admira. Estaré al lado de Uribe y me sumo a su propósito de desmontar la infamia que se ha extendido en su contra, sin importar cuánto tiempo y esfuerzo tengamos que invertir en esta colosal empresa.

La injusticia siempre pierde, de un modo u otro. Uribe saldrá airoso y fortalecido de esta nueva celada.

La ñapa I: Los periodistas colombianos deberían siquiera tomar una clase de derecho, antes de decir tantas irresponsabilidades. Primero: la medida de aseguramiento no es una pena anticipada. Es la condena la que determina la responsabilidad de alguien, y no la detención preventiva. Segundo: el vencimiento de términos es una garantía para una persona privada de la libertad, ante la paquidermia del sistema y no es atribuible a la defensa, pues los días que se cuentan para decretarla, son aquellos en los que la autoridad judicial no ha sido diligente en su labor, mientras que un ser humano aguarda un juicio encarcelado. Dejen de satanizar a los abogados y lean más, señores.

La ñapa II: Se cayó otro burdo montaje: el proceso contra Luis Alfonso Hoyos. Ojalá los que lo urdieron paguen su atropello, y los medios que le hicieron eco reconozcan el “error”.

*Abogado

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