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Los sobrevivientes de los hechos ocurridos en Salaminita, recordaron a sus víctimas después de 20 años.
Con actos simbólicos alusivos a la paz, a la reconciliación y a la esperanza, habitantes del corregimiento magdalenense de Salaminita, municipio de Pivijay, volvieron a su territorio y, en medio de lágrimas, abrazos, eucaristía y actividades culturales, conmemoraron esta fecha donde tuvieron que dejarlo todo por culpa de los violentos.
Los asistentes se unieron en una sola voz, diciendo no más violencia y ‘alzando banderas de esperanzas’, no para recordar el horror que les tocó vivir y quelos desplazó aquel 7 de junio de 1999, sino para hacerse sentir en esta lucha por el resarcimiento de sus derechos, como seres humanos, dignos de esta Colombia que lastimosamente ha estado atropellada por la desigualdad y la violencia sistemática.
«Hoy es un día triste, es un día que para muchos es doloroso, en esta conmemoración a la que hemos asistido los familiares de las víctimas, cosa que no fue nada fácil, porque se cumplen 20 años de la masacre, donde asesinaron a la inspectora y a dos campesinos más. Todos esos que fuimos desterrados hoy soñamos, vivimos, y creemos que va a volver a ser lo que fue antes o quizás mejor», manifestó Érica Rangel líder de Salaminita.
Y añade: «El mensaje para el Presidente de la República es para que se dé la rodadita por acá, que hay partes de Colombia que quizás él no sabe que existe y donde hay una población que sueña con salir adelante y que su presidente vaya, mire y vea; con sus propios ojos la situación de pobreza que tiene su estado”.
POCA AYUDA
Los campesinos de esta zona que fueron desplazados, todavía con nostalgia recuerdan el pasado y también los momentos duros que por culpa del desplazamiento les tocó afrontar.
«Eso fue un hecho que no tiene comparación, de aquí tuvimos que coger rumbo para otras partes sin tener amigos donde llegar, a pasar hambre, a dormir mal, tengo 7 hijos y me tocó llegar a Fundación, luego a Barranquilla, pero la cosa siempre se nos puso dura y nos tocó coger para los cerros, para poder subsistir y, hoy gracias a Dios estoy feliz porque volví a recuperar el solar donde tenía mi casa y ahí hemos ido parando el ranchito, levantándolo poco a poco, ahora sólo falta que mi parcela también me la restituyan», expresó Amadis Crespo, una de las víctimas.
LOS HECHOS
El 7 de junio de 1999, a Salaminita llegaron cerca de 30 paramilitares, citaron a toda la comunidad y asesinaron a la inspectora de Policía, María del Rosario Hernández, y a dos jóvenes, Óscar Barrios y Carlos Cantillo. Luego les dieron algunas horas al resto para irse. El 8 y 9 de junio comenzó el éxodo de más de 50 familias, la mayoría hacia los cascos urbanos de Fundación y Pivijay.
Algunos habitantes de las parcelas, en las veredas El Jardín y La Suiza, que se resistieron fueron amenazados o asesinados. Esa fue la suerte de Antonio Araque Bolaños y María Eloísa Gutiérrez, una pareja de viejos que se negó a irse porque aseguraron que era lo único que tenían. Con el abandono de las casas, los hombres del frente Pivijay comenzaron a hacer presencia permanente en el caserío, saqueando desde los cables eléctricos hasta la Virgen.
EL DRAMA DEL HORROR
Una fuerte llovizna fue cómplice del terror asesino. Eran las 2 de la tarde de aquel 7 de junio de 1999, cuando 30 hombres de los paramilitares ansiados de venganza, irrumpieron en un pueblo que luego se convirtió en ‘fantasma’.
Aquel corregimiento, en donde labrar la tierra, pescar o criar ganado era la única alternativa de trabajo, estuvo inmerso en una tragedia anunciada porque la acorazonada de doña María Orozco así lo presintió. Salaminita, perteneciente al municipio de Pivijay, Magdalena, fue el escenario sangriento en donde las balas asesinas acabaron con la tranquilidad de un pueblo. Ese día, unidades de las Autodefensas, al mando de alias ‘Esteban’ no tuvieron compasión para asesinar a sangre fría a María del Rosario Hernández, Óscar Barrios y Carlos Cantillo. “A uno de ellos le dijeron que se arrodillara porque lo iban a matar por sapo y así lo hicieron ante decenas de personas que nos habían reunido frente a la humilde tienda de Belisario, les decían que eran colaboradores de la guerrilla”, recordó la anciana, mientras permanece en una mecedora bordando un babero para uno de sus siete nietos.
Ese mismo día, el grupo armado prometió que volvería y así lo hizo porque los asesinatos continuaron y paralelamente un río de personas huía hacía Fundación, otras huyeron a Santa Marta, pero doña María Orozco fue más lejos y se refugió en Valledupar, acompañada de sus tres hijas, que en aquel momento no superaban los diez años de edad.
Hoy, 20 años después del día más sangriento en su vida, la mujer de 67 años tiene intacta aquellas escenas de dolor que las describe con tinta de sangre, pero con la cicatriz a la hora de contar la historia. “Después que mataron a esas tres personas nos advirtieron que debíamos irnos, muchos se fueron ese mismo día, otros esperaron al día siguiente, esos señores siguieron matando gente inocente que las sacaban de sus parcelas para robarle las tierras. Cuando todo el mundo se fue del pueblo, ellos llegaron con retroexcavadoras y tumbaron todas las casas y el único colegio que había, borraron del mapa a nuestro querido pueblo. Hasta los perros tuvieron miedo”.
ESCALOFRIANTE INFORME
“Yo tengo miedo de contar estas cosas porque uno nunca sabe quién nos escucha. Cuando esos señores rondaban por allá, nadie se atrevía a comentar nada, ellos mataron mucha gente”, recordó María Orozco
Y era que los antecedentes sanguinarios de los ‘paras’ agudizó el miedo en la región. El 9 de enero de ese mismo año un comando de las Autodefensas había asesinado a 27 personas en El Playón Orozco, corregimiento de El Piñón, Magdalena. Ese día, 30 hombres fuertemente armados, al mando de alias ‘Rafael’ y guiados por dos informantes del ELN, irrumpieron en el pueblo a las 12 del mediodía, cuando se celebraba un bautizo colectivo. “A todos nos sacaron de las casas y nos reunieron en ‘La Placita’, había un muchacho que señalaba a sus víctimas como colaboradores de la guerrilla. Luego las fusilaban a sangre fría, mataron a mucha gente inocente y quemaron muchas viviendas”, recordó un testigo de los hechos.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, entre enero y noviembre de 2018, al menos 30,517 personas fueron desplazadas en Colombia, dato que se agrega a los 7.7 millones de víctimas de este flagelo social desde 1985, como consecuencia de los hostigamientos de los grupos armados ilegales.