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Cada vez más las alarmas se encienden ante el agobio de las ciudades que parecen sucumbir entre dos graves problemas que parecieran no tener solución: las basuras y la pésima calidad del aire.
Sobre el primer caso, comprobamos diariamente que todo falla: los contratos de recolección de residuos muchas veces terminan en oportunistas que extraen el capital y no hacen nada por solucionar el problema; los carros de la basura no recogen de manera técnica los desechos; la selección de elementos aprovechables apenas experimenta un pingüe avance; la cultura ciudadana para que impere el aseo en los sitios públicos no es asimilada porque no es un ejercicio constante y de evidente compromiso.
A todo esto se junta el horrible espectáculo de la contaminación del aire: vehículos en pésimo estado de sus motores, emitiendo cortinas de humo que los ciudadanos absorben con altos contenidos de partículas mortíferas que llevan a sus pulmones; factorías que no se someten a ninguna norma y que no atienden las recomendaciones de funcionamiento, porque eso les cuesta y en ese tema no quieren invertir, y además exhiben el poder para burlar las normas; focos fétidos en todas partes generados por acumulación de desechos; corrientes de agua putrefacta que emiten toda clase de olores, pues se convierten de depósito de todo lo que sobra o incomoda.
Y en medio de ese caos, unas políticas públicas demasiado débiles, hasta el punto que cualquier persona las infringe sin que pase nada.
Todas estas alertas que por estos días se han evidenciado en varias ciudades, no son mas que la demostración de la extrema desidia, pues todo pasa y al mismo tiempo no pasa nada; en vez de mejorar, todo empeora y por ningún lado aparecen las autoridades responsables manifestando de manera categórica y determinante las medidas que se requieren para afrontar la situación.
Pero a todo ello, la participación ciudadana en el tema también es débil y eso hace que los responsables de adoptar las medidas no se sacudan y no salgan a responder ante el desastre.
El país está en mora de decretar una emergencia ambiental en las principales ciudades, para obligar a las autoridades a implementar planes muy estrictos y ambiciosos en esta materia, pues además los organismos de salud han expresado su preocupación de la incidencia tan grave que está ocurriendo en la mortalidad de los habitantes.
*Abogado y miembro de la Academia Colombiana de Historia y de la Real Academia Española de la Historia