HOY DIARIO DEL MAGDALENA
Líder en la región

Que gran lección nos dejó

Qué superflua resulta hoy, al releer todas las intervenciones del Papa Francisco durante su visita a Colombia, esa discusión sobre si su venida era para determinados propósitos políticos o no. Y qué vanas todas esas elucubraciones, fundamentadas más en temores y prejuicios que en razones argumentadas, sobre si el Pontífice iba a servir de validador de unas políticas gubernamentales..

 La respuesta de Francisco se sintetiza en una de las frases que pronunció ante el comité directivo del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam): “El Evangelio es siempre concreto, jamás un ejercicio de estériles especulaciones”. Y a eso vino el Papa: a hacer concreto y cercano el Evangelio, incluso con directas y severas conminaciones al clero.

Habló de paz, por supuesto. Y de reconciliación, de perdón, de confraternidad, de caridad. De generosidad y de injusticia, de pobreza y de dignidad. Reiterando, y renovando, la doctrina de la Iglesia que dirige. Todos ellos, si se quiere, asuntos políticos, entendido el término en su esencia, en su acepción menos contaminada: todo aquello que concierne a los humanos y a la mejor forma de vivir con dignidad.

La coherencia del mensaje, integrado por pluralidad de temas, es la nota característica de los discursos del Papa Francisco. En su condena a la violencia no hay forma de derivar sesgos o falaces absoluciones: a todos toca, a la Colombia más frágil y a la más afortunada, a quienes agreden desde la palabra como a quienes violentan físicamente la vida de sus semejantes.

Dijo en Villavicencio, en el encuentro con las víctimas y algunos victimarios: “La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz”. Y segundos antes había dicho con diáfana convicción: “También hay esperanza para quien hizo el mal. Es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse”. ¿De dónde acá, entonces, esas interpretaciones sesgadas sobre supuestas complacencias del Papa con sectores políticos e ideológicos que solo condenan ciertos tipos de violencia mientras amparan otras iguales o peores? Por el contrario, acusó la amenaza que para los jóvenes representa “la tentación subversiva”, y señaló con palabras certeras “a quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines, para proteger negocios ilícitos y para enriquecerse”. Y conecta esta condena con la advertencia de que “una sociedad que se deja seducir por el espejismo del narcotráfico se arrastra a sí misma en esa metástasis moral que mercantiliza el infierno y siembra por doquier la corrupción”.

También insistió el Papa en el valor de la familia, de la unidad en torno a los valores que se cimentan en los hogares, y en los peligros de incurrir en el relativismo moral. Invitaciones que pueden perfectamente asumirse desde una ética laica, por agnósticos y personas que no profesen credos religiosos.

Y de todo lo que debe llegar al alma de los colombianos que mostraron su disposición de escuchar a este líder moral, cómo quisiéramos que quedaran grabadas sus palabras en el Hogar San José, de Medellín: “Ver sufrir a los niños hace mal al alma, porque los niños son los predilectos de Jesús. No podemos aceptar que se les maltrate, ni que se les impida el derecho a vivir su niñez con serenidad y alegría, o que se les niegue un futuro de esperanza”.

Católica o no, practicante o no, una sociedad que atendiera la profunda espiritualidad y el sustrato ético de los mensajes de Francisco aseguraría un futuro luminoso para esos niños y jóvenes a los cuales buscó animar con sus palabras .

*Internacionalista

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