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Con mucho dolor, los colombianos tenemos que aceptar que nuestra sociedad perdió los límites que deben frenar el comportamiento ciudadano. Demasiadas son las pruebas que demuestran cómo el respeto a la dignidad, a la vida, a los seres humanos que toda sociedad civilizada protege, se han perdido totalmente. Obviamente es hora de denunciar todos estos actos. Pero nos enfrentamos también con que no es suficiente ni siquiera, como muchos lo afirman, que la justicia eleve las penas para los infractores. El problema es mucho más de fondo: se trata de rescatar normas mínimas para poder vivir en sociedad, normas que dejaron de importar, que en amplios sectores de la sociedad se violan sin que pase nada. Esta es una tarea muy difícil si no se empieza por aceptar que no es normal nada de lo que está sucediendo, inclusive en sectores del país que han recibido educación privilegiada y que gozan de esos ingresos y beneficios que pocos tienen. Nos acostumbramos a normalizar la violencia, porque es en ella y para ella que parece que vivimos.
Es necesario empezar por lo más grave, la situación de los niños. Una caricatura reciente planteaba la siguiente pregunta, ¿qué es más doloroso que ser niño en Colombia? La respuesta era terrible pero verdadera: ser niña. Esta imagen demuestra dos realidades: la primera es que en nuestro país ser niño especialmente pobre se ha convertido en un gran peligro y además que ser mujer, ahí sí independientemente de la edad, pero sin desconocer la vulnerabilidad de ser niña, es un riesgo muy alto. Solamente en un pueblo salvaje, de esos que se supone que ya no existen en el planeta, se violan niñas y niños; se secuestran menores de edad absolutamente indefensos; se maltrata y asesinan niñas y además se incineran sus cuerpos como acaba de suceder. Se secuestran niños como el hijo del alcalde, una personita que nada tiene que ver con el conflicto en la zona donde su padre es alcalde, es la realidad de hoy, así muchos pretendan desdibujarla.
También, solo en una sociedad donde se perdieron los límites, la noticia diaria es el feminicidio, la violación, los golpes a mujeres de todas las edades y donde la familia ese núcleo familiar que se supone lo une la solidaridad, es el sitio más peligroso para niños y mujeres en general. La cadena perpetua solo es un supuesto remedio, cuando ya se ha cometido el delito contra los menores de edad y las leyes contra la violencia que afecta a la mujer es solo una buena intención. Ninguna de estas medidas funciona si todos los colombianos no empezamos a aceptar que perdimos la línea divisoria entre lo bueno y lo malo. Así estemos firmando todos los acuerdos internacionales sobre el respeto a los derechos humanos, no acatamos ninguno de ellos.
Para completar el panorama y aunque para muchos pueda ser normal, el episodio de los insultos de una señora al ex Presidente Santos, con tanta rabia, con tantas palabras soeces de alguien sin duda privilegiado en este país desigual, confirma que aun las personas educadas creen que pueden hacer lo que les venga en gana, porque sus odios, respetables, les justifican la pérdida de los límites de convivencia en este país. Esto último solo refuerza la lógica de que quien más duro grite, más razón tiene.
O los colombianos dejamos nuestros odios, nuestro egocentrismo, nuestro irrespeto a todas las normas mínimas para vivir como gente civilizada, y en especial, empezamos a reconocer el derecho a la vida de nuestros conciudadanos, o no habrá ni justica, ni leyes que enderecen esta sociedad enferma en que vivimos.
*ExMinistra de Estado