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Ser la cabeza de un país que siempre ha tenido lo que se ha denominado un régimen presidencialista, es un compromiso inmenso. Cuando el presidente tiene semejante poder como el que ostenta en Colombia, eso se traduce en que todas sus palabras, sus opiniones, e inclusive sus gestos, se interpretan como señales de algo o mensajes para alguien. Por ello es que se necesita que quien maneje el Estado colombiano sea muy consciente de esa delicada posición que ocupa en el país, que le obliga a ser muy coherente, supremamente cuidadoso con lo que dice, cómo lo dice y dónde lo dice.
Nadie duda de las buenas intenciones del presidente Duque, de su deseo de acertar, pero desafortunadamente su inexperiencia y la de muchos de quienes lo rodean de cerca, le están pasando la cuenta de cobro no solo a él, sino a su gobierno. La semana anterior no fue la mejor para la nueva administración, entre otras porque el elemento adicional que debe manejar muy bien un presidente de este país, es que esta sociedad tiene una élite muy politizada, en la cual amplios sectores de quienes mandan hacen un seguimiento permanente del presidente y de su equipo.
Fuera de la horrible e inoportuna salida del ministro de la defensa, el tema de disfrazar con otro nombre la reforma tributaria, ha sido una salida en falso. Se entiende que el ministro de hacienda haya resistido esta contradicción por la vulnerabilidad de la situación en que se encuentra. Desde la campaña presidencial, el hoy presidente Duque siempre habló de la necesidad imperiosa de hacer una Reforma Tributaria y de la premura de ampliar la base tributaria. Su énfasis en el hueco que le dejó la anterior administración era la justificación que quedó clara ante la opinión pública, cuando se refería y aún lo hace, a la falta de fondos que le dejó el presidente Santos.
Ponerle un nombre distinto a la Reforma Tributaria anunciada prácticamente todos los días y llamarla de ahora en adelante como la Ley de Financiamiento, sorprendió a todos e indignó a otros que consideraron que era una mala manera de evadir aparentemente las críticas que existen sobre la forma y monto de los nuevos recaudos anunciados. En temas económicos, el país está acostumbrado a la seriedad de las decisiones buenas o malas. Pero este vaivén del presidente Duque en estos temas, deja una sensación de incertidumbre que no le hace bien a la economía y menos a los negocios que tanto le preocupan.
Afirmar el presidente que las palabras reforma tributaria nunca las había mencionado, es exponerse a que surjan dudas sobre sus afirmaciones y sus análisis. Esa es una manera rápida de perder credibilidad, que es lo único que un presidente no puede enfrentar con éxito y menos al principio de su mandato. Probablemente solo la experiencia enseña el costo de estos vaivenes en todo lo que respecta a decisiones del Estado. Este viraje en la forma de endulzar los nuevos impuestos puede parecer como una estrategia oportunista a una reacción por demás previsible de la ciudadanía, frente a nuevos tributos. En esos casos es mejor mantenerse en la primera salida del tema siempre y cuando haya sido suficientemente estudiada. Vivir para aprender, es la regla.
*ExMinistra de Estado