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En Brasil, Tite es el jefe
Hacía pocos minutos que el seleccionador de México había pasado indignado por esa misma sala de prensa lamentando las «payasadas» de Neymar. Fuera, las redes debatían si el astro era mejor futbolista o actor y ahora le tocaba responder a él frente a los periodistas de medio mundo… hasta que Tite le rozó el brazo.
«Me das permiso, por favor», le pidió el entrenador a ‘Ney’. «Las jerarquías se mantienen, técnico habla con técnico, futbolista habla con futbolista (…). Yo respondo después a esa pregunta», lanzó Tite con gesto serio.
Y el jugador más caro del mundo, elegido también el mejor del encuentro, cerró la boca. Próxima pregunta.
«Yo solo tengo que jugar al fútbol, ayudar a mi equipo, vine para ganar y no para otra cosa», diría un sereno Neymar respondiendo a otra cuestión. Nada que ver con el joven descontrolado que había convulsionado tras el pisotón de Miguel Layún o el que había despedido airado a los mexicanos desde el gramado, recordándoles que «hablaron demasiado y ahora se van a casa».
Cuando fue su turno, Tite también cumplió su parte y, como viene haciendo desde que asumió el cargo hace dos años, defendió el derecho del astro a ser diferente.
«¿Es pecado driblar en el último tercio? ¿Buscar la jugada individual? El técnico le pide eso. Al mismo tiempo tratan de sacarle la concentración», lamentó.
Ya desde sus primeras comparecencias al frente de un Brasil agonizante, Tite había abierto una cruzada contra la presión «inhumana» que, según él, padecía su mejor activo.
Atrás quedaban los roces del pasado, como cuando él mismo se enfureció con las exageraciones de la entonces prometedora estrella del Santos, tras enfrentarse a su Corinthians en la liga de 2012.
«Perder o ganar forma parte del juego. Simular una situación, eso no es del juego. Eso es un mal ejemplo para los niños, para quien está creciendo, para mi hijo», había lamentado tras el choque.
«PADRE»
Pero aquella noche quedaba ya en otra vida y Neymar enseguida vio en Tite al primer seleccionador decidido a aligerarle el peso que le asfixiaba desde que era un adolescente en un país que se había quedado sin cracks.
Fue a su lado cuando se derrumbó en noviembre, tras el amistoso contra Japón en Francia, dejando salir la tensión de sus polémicos primeros meses en París.
Justo cuando Tite le defendía ante la prensa, Neymar se rompió en lágrimas como quien se traga el llanto hasta llegar a casa.
Él ya era más que un orientador para el atacante, que no duda en incluirle en la terna de entrenadores que más le han marcado, junto a Muricy Ramalho y Luis Enrique.
«Tite fue el mejor técnico con el que trabajé hasta hoy. Por cómo lleva el equipo, por su transparencia y forma de usar las tácticas en el campo», afirmó el año pasado.
Pero ‘Ney’ no es el único que se siente a salvo en la Seleçao de Tite. Willian dijo verle como a un «un padre», mientras que futbolistas como Paulinho o Renato Augusto resurgieron tras su llamada y Gabriel Jesus encontró en él a un fiel aliado.
Es en el vestuario donde se siente más cómodo este motivador que sabe muy bien cómo hablar a los suyos, y cuyos originales términos -e inconfundible tono de voz en la frontera con la homilía- conforman un eficaz lenguaje bautizado como ‘tités’.
«El profesor cambió totalmente la cara de la selección, lo pasa todo masticado, es todo mucho más fácil», describió Marcelo.
CARÁCTER
Después de haber pasado casi la mitad de sus 57 años en el banco, Tite está convencido de que un grupo mentalmente fuerte es la base del éxito, como ya le ocurrió con su histórico Corinthians de 2012, un plantel sin grandes estrellas que conquistó la Libertadores y el Mundial de Clubes, y cambió su carrera.
Obseso del equilibrio, este gaúcho de sangre italiana también pierde los nervios y a punto estuvo de llegar a las manos hace años con el díscolo Alexandre Pato por un penal o tratando de reencauzar el talento perdido de Adriano.
Un largo camino recorrido en gran parte junto a Cléber Xavier -su auxiliar y brazo derecho desde hace 17 años- y Edu Gaspar -gerente de selecciones-, a los que también se han unido en Rusia el exfutbolista Sylvinho y Matheus Bachi, su hijo.
Con 29 años y formado en Ciencias del Ejercicio, Matheus no tuvo éxito como futbolista y ahora sueña con destacarse joven en el banco, como ya lo hizo su padre. Muy activo en Sochi, el martes dirigió gran parte del entrenamiento regenerativo de los suplentes.
Él daba las órdenes, mientras su padre vigilaba atento a sus espaldas. Todo el mundo sabe quién es el jefe.