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La pobreza, bien se nos dice, es una condición en la cual una o más personas tienen un nivel de bienestar inferior al mínimo socialmente aceptado; y, en una primera aproximación, se asocia con la incapacidad de las personas para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación y encuentra en ella el populismo y el autoritarismo tierra fértil y abonada para crecer y afianzarse con perdurable arraigo, lo que impone una acción de suyo permanente y continua para eliminar la pobreza en todos nuestros confines, ya que es una problemática estructural que nos afecta en materia grave; más, cuando la misma crece exponencialmente obedeciendo a la convergencia de una serie de elementos negativos, tales como impactos intersectoriales, reducción de las tasas de crecimiento económico, el aumento del desempleo y la inflación, que se suman al aumento aberrante de la delincuencia, el crimen transnacional, el narcotráfico y la violencia, factores que potencian olas migratoria sin precedentes e insostenibles.
Concierne en consecuencia e indispensablemente que ante lo cual nuestros mandatarios ofrezcan a sus ciudadanos un todo universal de servicios que contemplen las múltiples dimensiones de la pobreza, observando y garantizando el acceso a derechos esenciales como la vivienda, educación de calidad, salud y sistema de cuidados, por lo que deben ser, contar y practicar con una democracia fuerte, una institucionalidad estatal reforzada en sus capacidades, una ciudadanía participativa activa y un sector privado comprometido y esforzado contra de la inequidad y la desigualdad que genera disparidad, producto de la concentración de ingresos y riquezas que ocasionan una persistente situación de pobreza, la cual sufren muchos de los nuestros dadas las múltiples situaciones de privación en diversos ámbitos del bienestar considerados esenciales por las sociedades, que implican una ausencia gigantesca de capacidades.
Es esto de la pobreza un problema estructural que se halla estrechamente ligado con la calidad de nuestra democracia, que genera sociedades injustas, inequitativas, carentes de pactos sociales mínimos e instituciones fuertemente soportadas, dentro de las que se hace difícil encontrar acuerdos y consensos entre sus actores políticos, sociales y económicos, determinando lo cual que estén en la materia de los casos nuestras sociedades marcadas por la pobreza, con débiles instituciones que no ofrecen soluciones que garanticen derechos, desarrollo, crecimiento, progreso, bienestar y mucho menos prosperidad, lo que lleva a afectaciones muchas, entre ellas creciente pobreza y exclusión social.
No perdamos de vista que son efectos colaterales de la pobreza, la inseguridad y la migración, que originan una larga lista de problemas que se multiplican a diario, lo que impone disminuir la pobreza, lo que sólo puede lograrse de realizarse colectiva y solidariamente con mecanismos efectivos de cooperación a todo nobel, fortaleciendo y potenciando experiencias, buenas prácticas y recursos, esto con el fin de hacernos mayormente prósperos e inclusivos y donde se tenga derecho a una vida digna, democrática, justa y libre.
*Jurista.